jueves, enero 18, 2007

NTC ... 254. Enero 18, 2.007 . Anño 7

NTC ... 254
N
os Topamos Con ...
Año 7. Enero 18, 2.007
ntc@andinet.com , ntcgra@gmail.com


CONTENIDO
TEXTO ESPECIAL Y EXCLUSIVO PARA NTC ...
1.- El maletín de mi padre. Palabras de Orhan Pamuk ante la Academia Sueca, con ocasión de habérsele otorgado el Premio Nobel de Literatura. Estocolmo, Diciembre 7 de 2006. Versión en español de Carlos Vidales. SEGUNDA Y ULTIMA PARTE.
2.- Los paisajes del Bósforo de MELLING. Capítulo 7 del libro "ESTAMBUL. Ciudad y recuerdos" de O. Pamuk. (pág.81). El libro está dedicado a su padre Gündüz Pamuk (1.925-2.002)
3.- “CULTURA, PARAPOLITICA Y SOCIEDAD” . Por Humberto Vélez Ramírez. Atisbos analíticos No. 74. Texto exclusivo.

4.- "Cien años de soledad" (1.967). 40 años ...

5.- SARAMAGO nos cuenta su infancia en su nuevo libro "Las pequeñas memorias"

6.- ", ... él ( Héctor Fabio Rojas Herrera) creía que como policía podía cambiar el mundo, ..."

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La familia Pamuk

El padre Gündüz (1925-2002), la madre, el hermano mayor y Orhan

Fragmentos de fotos que aparecen en el libro "Estambul". Editó NTC ... . Las otras fotos que aparecen en medio del texto también se tomaron del mismo libro.

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Orhan Pamuk, recibiendo el Nobel, Diciembre 7, 2.006

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1.- El maletín de mi padre (Segunda y última parte) **

Palabras de Orhan Pamuk ante la Academia Sueca, con ocasión de habérsele otorgado el Premio Nobel de Literatura. Estocolmo, Diciembre 7 de 2006.

Versión en español*: Carlos Vidales** (Foto a la derecha)
Colaboración especial para NTC ... que agradecemos.
*SEGUNDA Y ULTIMA PARTE
*Esta versión ha sido elaborada sobre la base de las traduccionesdel turco al sueco (Claire B. Kaustell), del turco al francés (Gilles Authier)y del turco al inglés (Maureen Freely) publicadas en la página electrónica oficial del Premio Nobel: http://nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/2006/pamuk-lecture.html
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carlos@bredband.net , http://hem.bredband.net/rivvid/carlos/delirium.htm#tope


. ... (viene de la primera parte publicada en NTC ... 253 http://ntcblog.blogspot.com/2007_01_07_archive.html )
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En cuanto a mi lugar en el mundo, mi sentimiento fundamental, tanto en la vida como en la literatura, era el de “no estar en el centro”. En el centro del mundo había una vida más rica y más atractiva que la nuestra y, como todos los habitantes de Estambul y de toda Turquía, estábamos excluidos de ella. Hoy me imagino que yo compartía este sentimiento con la mayoría de los habitantes del mundo. Del mismo modo, había una literatura mundial cuyo centro se hallaba muy lejos de mí. En realidad yo pensaba más en la literatura occidental que en la literatura universal; pero nosotros, los turcos, estábamos también fuera de ella. La biblioteca de mi padre lo confirmaba. De una parte, contenía libros y literatura de Estambul, nuestro mundo local, con la rica diversidad de detalles que amo y nunca he podido dejar de amar, y de otra parte estaban los libros del mundo occidental que en nada se parecía al nuestro, diferencia que para nosotros era tan dolorosa como inspiradora de esperanzas. Escribir y leer era como dejar un mundo para encontrar el consuelo en la realidad extraña, singular y fantástica del otro mundo. Yo sentía que mi padre también había leído novelas para escapar de su vida y huir hacia Occidente, tal como yo lo haría más tarde. O bien, tal vez me parecía por esos días que esos libros eran el medio de que nos servíamos como una cura contra nuestro sentimiento de inferioridad cultural. No solamente la lectura, también el acto de escribir era el pasaje que nos permitía viajar de nuestra vida en Estambul a Occidente y participar un poco de ese mundo. Mi padre había viajado a París para poder llenar la mayoría de sus cuadernos, se había encerrado en el silencio de su habitación de hotel y después había regresado con sus escritos a Turquía. Yo sentía que esto me causaba desasosiego e inquietud cuando fijaba la mirada en el maletín de mi padre. Después de mis veinticinco años de aislamiento en mi estudio para realizarme como escritor en Turquía, la vista de ese maletín me producía irritación por el hecho de que el oficio del escritor, este ejercicio de escribir libre y sinceramente lo que hay en nuestro mundo interior, tenía que ser una ocupación que se realiza en secreto, fuera de las miradas de la sociedad, del estado y de la nación. Quizás esta era la principal razón por la cual yo me sentía enfadado con mi padre, por no haber tomado la literatura tan en serio como yo lo hacía.
En realidad, yo estaba irritado con mi padre porque él no había llevado una vida como la mía, porque él había evitado siempre hasta el más mínimo conflicto, independientemente de cuál fuera el asunto, porque él había vivido sonriendo, feliz, entre sus amigos y sus seres amados. Pero en algún lugar de mi conciencia yo sabía que también podría decir que estaba “envidioso” en lugar de “enojado”, que tal vez esa era una palabra más correcta, y eso también me inquietaba. Y entonces, cuando me preguntaba a mí mismo con mi voz siempre rencorosa y poco razonable: “¿Qué es la felicidad?” ¿Es felicidad vivir sentado solo en un cuarto y creer que se vive una vida intelectualmente profunda? ¿O es felicidad llevar una vida agradable en sociedad, creyendo las mismas cosas que todos los demás creen, o simulando creerlas? ¿Es felicidad, o infelicidad, pasar la vida escribiendo en secreto en un lugar donde nadie puede verlo a uno, y aparentando en público estar en armonía con todos a su alrededor? Eran preguntas muy molestas y extremadamente irritantes para mí. Por otra parte, ¿de dónde había sacado yo esta idea de que la felicidad era el criterio de una buena vida? La gente, los periódicos, todo el mundo actuaba como si la más importante medida de la vida fuera la felicidad. ¿Esto solo no sugiere que valdría la pena tratar de averiguar si lo contrario es verdad? ¿Qué tan hondamente conocía yo a mi padre, a él, que se había alejado de nosotros, de su familia, hasta dónde podía yo decir que comprendía su inquietud profunda?

Estos fueron los impulsos que finalmente me hicieron abrir el maletín de mi padre. ¿Acaso había en su vida un secreto, una infelicidad que yo desconocía, algo que él solo pudo hacer soportable vertiéndolo en sus escritos? En cuanto abrí el maletín evoqué aquellos olores traídos en su viajes, reconocí varios cuadernos y recordé que mi padre me los había mostrado muchos años antes, sin otorgarles mayor importancia. La mayoría de los cuadernos que yo ahora hojeaba, uno tras otro, habían sido escritos cuando mi padre, joven todavía, nos había dejado y se había ido a París. Como siempre me ocurría con respecto a otros escritores que admiraba, cuyas obras y biografías había leído y conocía, yo deseaba saber lo que el autor de estos textos había escrito y lo que pensaba cuando tenía la misma edad mía. Muy pronto comprendí que ahí no iba a encontrar nada de eso. Además, me produjo gran inquietud encontrar, aquí y allá, una voz de narrador que, pensaba yo, no era la voz de mi padre, no era auténtica o por lo menos no pertenecía a la persona que yo conocía como mi padre. Un miedo intenso se despertó entonces en mí, más fuerte aun que la inquietante circunstancia de que mi padre, cuando escribía, pudiera no haber sido mi padre. El miedo profundo, íntimo, de no lograr ser auténtico, había crecido por encima de mis temores de que los escritos de mi padre no fueran buenos o de constatar, incluso, que él estaba excesivamente influenciado por otros escritores; y este miedo se iba transformando en una crisis de identidad como aquella tan profunda que en mis años juveniles me había obligado a revisar a fondo toda mi existencia, mi vida, mi voluntad de escribir y mi propia producción literaria. Durante mis primeros diez años como novelista yo sentía estos temores más intensamente, me esforzaba por luchar contra ellos y a veces me aterraba la idea de que un día, así como había abandonado la pintura, esta angustia terminaría por doblegarme y yo dejaría de escribir novelas.


Ya he mencionado los dos sentimientos esenciales que me invadieron cuando yo cerré y guardé el maletín de mi padre: la sensación de vivir en la periferia, lejos del centro, y la angustia de carecer de autenticidad. Esta no era ciertamente la primera vez que yo experimentaba tan hondamente estos estados de ánimo. Durante años, en mis lecturas y mi escritura, yo había estado estudiando e investigando en mi escritorio, descubriendo, ahondando en estas emociones, en toda su amplitud y sus inesperadas consecuencias, sus interconexiones, sus causas y sus variados matices. Ciertamente mi ánimo había sido sacudido muchas veces, especialmente en mi juventud, por las confusiones, las susceptibililidades y los momentos de tristeza indefinible con que la vida y los libros me afligían. Pero fue solamente escribiendo libros que llegué a comprender a fondo la angustia de la autenticidad (como en Mi Nombre es Rojo y El Libro Negro) y el sentimiento de vivir en la periferia (como en Nieve y en Estambul). Para mí, ser un escritor significa observar con atención las heridas que llevamos dentro, sobre todo las heridas secretas de las que no sabemos nada o casi nada, descubrirlas con paciencia, estudiarlas y sacarlas a la luz para luego asumirlas y hacer de ellas una parte conciente de nuestra escritura y nuestra identidad.
Ser escritor es hablar de cosas que todos conocen sin saberlo. Descubrir este conocimiento, desarrollarlo y compartirlo, ofrece al lector el placer del asombro en el recorrido de un mundo que le es familiar. El mismo placer sentimos, sin duda, en el arte de expresar fielmente por escrito lo que sabemos de la realidad. Un escritor que durante largos años, encerrado en el silencio de su estudio, ha perfeccionado su arte y ha iniciado la creación de su mundo comenzando por sus propias heridas secretas, posee, conciente o inconcientemente, una confianza profunda en la humanidad. Siempre he albergado en mí la confianza en que los otros tienen heridas como las mías y que esta circunstancia ha de conducir al convencimiento de que todos los seres humanos nos parecemos. Todos los logros genuinos de la literatura se construyen a partir de esta esperanzadora certeza, de este optimismo infantil, de que todos los seres humanos somos parecidos. Y esta humanidad en un mundo sin centro, es lo que el escritor que ha trabajado en el aislamiento durante años aspira a alcanzar.
Pero como se puede deducir del maletín de mi padre y de los pálidos colores de nuestras vidas en Estambul, el mundo tenía un centro en algún lugar, muy lejos de nosotros. En mis libros he descrito, con cierto detalle, de qué modo este hecho básico produjo un sentimiento chejoviano de provincialidad y cómo, de otro lado, me llevó a interrogarme sobre mi autenticidad. Sé por experiencia que la gran mayoría de la población mundial vive bajo el peso de estos mismos sentimientos y que muchos sufren tensiones todavía más desgastadoras y destructivas, como la falta de confianza en sí mismos o el temor de ser sometidos a la humillación. Sí, los principales problemas de la humanidad son todavía la pobreza, el hambre, la falta de vivienda... Pero hoy los canales de televisión y los periódicos nos informan sobre estos problemas fundamentales de un modo más rápido y sencillo que la literatura. Lo que la literatura debe describir y explorar hoy son las preocupaciones principales de la persona humana: el miedo a la exclusión, a sentirse insignificante, y los sentimientos de inutilidad que se derivan de esos temores, el orgullo herido de sociedades enteras, la vulnerabilidad, la angustia de ser objeto de desprecio, todas las formas de la cólera, los desaires, los agravios, las susceptibilidades, las infinitas afrentas imaginarias y sus hermanas, las jactancias nacionalistas, el engreimiento y la arrogancia… Semejantes monstruos de la imaginación, que casi siempre se expresan con un lenguaje irracional y exageradamente apasionado, salen a mi encuentro cada vez que me asomo a la zona oscura de mi mundo interior. A menudo somos testigos de cómo las grandes muchedumbres, sociedades y naciones del mundo no occidental, con las cuales yo puedo identificarme fácilmente, caen en las garras del temor que los conduce a cometer actos insensatos a causa de su vulnerabilidad y de su angustia por temor a ser sometidos a la humillación. También sé que en el mundo occidental, con el cual puedo identificarme con la misma facilidad, existen estados y naciones imbuídos de un exagerado orgullo por haber producido el Renacimiento, la Ilustración y la Modernidad, y que en ocasiones caen en una arrogancia que también conduce a la insensatez.

Así pues, no solamente mi padre, sino todos nosotros, sobreestimamos la idea de que el mundo tiene un centro. Sin embargo, lo que nos mantiene durante años encerrados en un estudio para escribir, es la confianza contraria; es la creencia de que un día nuestros escritos serán leídos y entendidos, porque los seres humanos de todas las regiones del mundo somos semejantes. Pero yo sé por mí mismo y por lo que mi padre ha escrito, que este es un optimismo cargado de inquietud, lacerado por la cólera de la marginación y la exclusión. Muchas veces he sentido íntimamente la pasión de amor y odio que Dostoievsky sintió hacia Occidente durante toda su vida. Pero de él aprendí algo esencial, pues encontré la verdadera fuente del optimismo en el mundo diferente, extraordinario, que el gran escritor construyó a partir de su relación de amor‑odio y más allá de sus límites.

Todos los escritores que han consagrado sus vidas a esta tarea conocen esta verdad: cualquiera que sea el motivo original que nos ha impulsado a escribir, el mundo que construimos durante años y años de escritura esperanzada, toma finalmente forma en un lugar diferente. Desde el escritorio ante el cual nos sentamos a trabajar bajo el influjo de la amargura o de la cólera, vamos hallando el sendero hacia un mundo interior totalmente distinto, más allá de todas esas furias y congojas. ¿Podría mi padre haber alcanzado, él mismo, ese mundo interior? Ese mundo que nos da la sensación de haber vivido un milagro, como cuando, después de una larga travesía por mar, se diluye la niebla y una isla emerge ante nuestros ojos con todo el esplendor de sus colores. O bien, tal vez sentimos el impacto de la misma fascinación que experimentan los viajeros occidentales cuando sus navíos se aproximan a Estambul y la ciudad surge a su vista al disiparse la niebla del amanecer. Al final del largo viaje, iniciado con esperanza y curiosidad, aparece ante ellos una ciudad, un mundo entero con sus mezquitas, sus alminares, sus casas, sus calles empinadas, sus colinas, sus puentes. Como un lector impaciente que se pierde entre las páginas del libro, el viajero quiere entrar inmediatamente en este mundo que se abre ante sus ojos y fundirse en él. Así, nos hemos sentado ante una mesa sintiéndonos provincianos, excluidos, marginados, enojados o profundamente acongojados, y hemos descubierto un nuevo mundo interior que nos hace olvidar esos sentimientos.

Contrariamente a lo que yo sentía en mi infancia y en mi juventud, para mí, ahora, el centro del mundo es Estambul. No solamente porque yo he vivido allí toda mi vida, sino porque durante los últimos treinta y tres años, identificándome completamente con la ciudad, he estado describiendo en mis narraciones sus calles, sus puentes, sus gentes, sus perros, sus casas, sus mezquitas, sus fuentes, sus héroes asombrosos, sus tiendas, sus personajes famosos, sus gentes humildes, sus recovecos oscuros, sus días y sus noches. A partir de cierto momento, este mundo que he imaginado se libera, escapa de mi control y deviene más real que la ciudad en la cual vivo. Entonces parece que todas esas gentes y calles, esos objetos y edificios, comienzan a hablar los unos con los otros y a construir entre ellos relaciones recíprocas y viven sus propias vidas fuera de mi imaginación y de mis libros. Este mundo que yo había creado, imaginándomelo pacientemente, como quien cava un pozo con una aguja, parece entonces, para mí, más real que todo lo demás.

Tal vez mi padre también había conocido esta felicidad reservada a los escritores que han dedicado tantos años a su oficio; y yo me decía que debía liberarme de todo prejuicio y mirar el contenido de su maletín. Después de todo, él nunca fue un padre imperativo, rígido, represivo o castigador, sino un padre que siempre me dio libertad y siempre me trató con sumo respeto, por lo cual yo le guardaba gratitud. A diferencia de muchos amigos de mi infancia y compañeros de mi juventud, jamás tuve miedo de mi padre y a veces creí que esta era la causa de que mi imaginación pudiera funcionar libremente, con desenfreno infantil, y en ocasiones pensé sinceramente que podía llegar a ser un escritor porque mi padre quiso convertirse él mismo en escritor en su juventud. Debía leerlo con buena voluntad y comprender lo que había escrito en esas habitaciones de hotel.

Con estos pensamientos optimistas abrí el maletín que había permanecido varios días allí donde mi padre lo había dejado; usando toda mi fuerza de voluntad, leí algunos manuscritos y cuadernos. ¿Qué había escrito mi padre? Recuerdo ahora algunas descripciones de hoteles parisienses, algunos poemas, paradojas, reflexiones… Me siento ahora como alguien que, después de un accidente de tráfico, solamente tiene recuerdos fragmentarios se esfuerza por reconstruir lo sucedido pero no quiere recordar demasiado.

Cuando yo era niño y mi padre y madre estaban a punto de iniciar una disputa, cuando reinaba entre ellos un silencio mortal y ninguno de los dos pronunciaba una sola palabra, mi padre encendía la radio para aliviar la tensión de los ánimos y la música nos ayudaba a olvidarnos más rápidamente de todo el incidente. Permítanme cambiar de tema y decir unas palabras ligeras que cumplan la función de esa música. Como ustedes saben, la pregunta que los escritores debemos responder con más frecuencia, es: “¿Por qué escribe usted?” ¡Escribo porque quiero hacerlo, con toda el alma! Escribo porque a diferencia de otros, no me siento a gusto con un trabajo común y corriente. Escribo para que libros como los míos sean escritos y para poderlos leer. Escribo porque estoy molesto con ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me complace enormemente sentarme en un cuarto a escribir sin descanso. Escribo porque solamente modificando la realidad puedo soportarla. Escribo para que el mundo entero sepa cómo yo, cómo nosotros en Estambul y en Turquía hemos vivido y vivimos. Escribo porque amo el olor del papel, de la pluma y de la tinta. Escribo porque creo más en la literatura, en el arte de la novela, que en cualquier otra cosa. Escribo porque es un hábito, una pasión. Escribo porque tengo miedo de ser olvidado. Escribo porque me gusta la celebridad y toda la notoriedad que el escribir conlleva. Escribo para estar solo. Escribo en la esperanza de entender por qué estoy furioso con ustedes, con todos. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo para terminar de una vez por todas esta novela, este texto, esta página que en algún momento comencé a escribir. Escribo porque todos esperan que escriba. Escribo porque tengo una fe infantil en la inmortalidad de las bibliotecas y en el lugar que mis libros tendrán en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo es increíblemente bello y maravilloso. Escribo porque gozo traduciendo en palabras toda la belleza y la opulencia de la vida. Escribo, no para contar historias sino para construir historias. Escribo para liberarme del sentimiento de que siempre existe un lugar al que –como en una pesadilla– jamás podré llegar. Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo para ser feliz.

Una semana después de que mi padre vino a mi estudio y me dejó su maletín, volvió a hacerme otra visita. Trajo, como siempre, una barra de chocolate (había olvidado que yo tenía 48 años). Como era nuestra costumbre, charlamos alegremente sobre la vida, la política y los chismes familiares. En algún momento los ojos de mi padre se dirigieron al rincón donde había dejado su maletín y notó que yo lo había movido de allí. Nuestras miradas se cruzaron. Se produjo un silencio embarazoso.Yo no le dije que había abierto el maletín y que había intentado leer sus escritos. Rehuí su mirada. Pero él entendió. Así mismo yo comprendí que él había entendido. Y él entendió que yo había entendido que él había entendido. Pero todo este intercambio de comprensiones recíprocas solo duró unos segundos. Porque mi padre era un hombre seguro de sí mismo, despreocupado y feliz; como de costumbre, se echó a reír. Y como siempre lo había hecho cuando salía de la casa, también esta vez me dijo, con tono paternal, algunas palabras amables y alentadoras.

Al verlo salir sentí, como de costumbre, envidia de su felicidad y de su comportamiento sin tristezas ni preocupaciones. Pero recuerdo también que ese día sentí un íntimo estremecimiento de avergonzada alegría. Yo podía no ser tan despreocupado como él; yo podía no haber vivido una vida feliz y sin tristezas, como él; pero yo había desagraviado, le había hecho justicia al arte de escribir, y este sentimiento, bueno, ustedes entienden ... Yo estaba avergonzado de sentir estas cosas con respecto a mi padre. Además mi padre, lejos de ser una figura central y represiva en mi vida, me había dejado siempre en completa libertad. Todo esto nos debe recordar que el arte de escribir y la literatura están íntimamente ligadas a alguna carencia central en torno a la cual gira nuestra vida, a sentimientos de felicidad y de culpa.

Pero mi historia tiene otra parte, que yo recordé inmediatamente ese día, y cuya simetría me produjo un sentimiento de culpa aun más profundo. Veintitrés años antes de que mi padre me dejara su maletín y cuatro años después de que yo tomara la decisión de convertirme en escritor y abandonar todo lo demás, a la edad de veintidós, me encerré en en un cuarto y terminé mi primera novela, Cevdet Bey y sus hijos. Con las manos temblorosas entregué el texto mecanografiado de la novela inédita a mi padre y le pedí que la leyera y me diera su opinión. Su aprobación era importante para mí, no solamente porque yo confiaba en su inteligencia y en su gusto literario, sino también porque él, a diferencia de mi madre, no se había opuesto a mis planes de convertirme en escritor. Por aquel tiempo mi padre no estaba con nosotros. Esperé con impaciencia su retorno. Cuando llegó, dos semanas más tarde, corrí a abrirle la puerta. Mi padre no dijo nada, pero me abrazó de manera tan especial que yo comprendí de inmediato: mi libro le había gustado mucho. Durante un rato nos sumergimos en esa forma de silencio embarazoso que con frecuencia acompaña momentos de gran emoción. Luego, cuando nos tranquilizamos y comenzamos a hablar, mi padre expresó, con enorme entusiasmo y exaltadas palabras, su confianza en mí y en mi primer libro, y luego me dijo, como al pasar, que algún día yo ganaría el premio que ahora, con mucha alegría, he venido a recibir.

No dijo esto por convicción, ni para marcar este premio como una meta hacia la cual deberían dirigirse los esfuerzos del escritor; lo dijo como un padre turco que, para apoyar y estimular a su hijo, le dice: “¡Un día serás un pachá!” Y durante años repitió esas palabras cada vez que nos encontrábamos, para infundirme ánimo y confianza.

Mi padre murió en diciembre de 2002.

Honorables miembros de la Academia Sueca, que me habéis otorgado este gran premio y este honor, y distinguidos invitados: yo habría querido que mi padre pudiera estar hoy entre nosotros.
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2.- Los paisajes del Bósforo de MELLING.* Capítulo 7 del libro "ESTAMBUL. Ciudad y recuerdos" de O. Pamuk. (pág.81). El libro está dedicado a su padre Gündüz Pamuk (1.925-2.002).
* ANTOINE-IGNACE MELLING (1763-1831)
"Voyage pittoresque de Constantinople et des rives du Bosphore" that was first published in fascicles between 1809 and 1819. http://www.iht.com/articles/2006/12/22/opinion/melik23.php

"Sobre Estambul han escrito y pintado muchos viajeros, Pamuk, menciona a Flaubert, (francés, autor de Madame Bovary) en 1850, quien quedó impresionado por “las multitudes que poblaban la ciudad y por su heterogeneidad”, y dijo creer que “Constantinopla sería la capital del mundo cien años más tarde”. Los grabados de Antonine-Ignace Melling en 1763, alemán con sangre italiano-francesa, que capturan con esencia poética, las escenas y el paisaje estambulí. El poeta francés Nerval en su paso en 1843 ve “el negro sol de la melancolía”, mientras Théophile Gautier, su amigo, en 1853 percibe el paisaje de la ciudad como si fuera “un decorado teatral que necesita cierta luz y un cierto ángulo de visión”, ambos fueron los primeros en descubrir de la ciudad esa sensación de “amargura inevitable”." http://www.elnuevodiario.com.ni/2006/12/09/suplemento/nuevoamanecer/4273
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Copias de las pinturas de Melling, en blanco y negro, como las dos que presentamos más adelante fueron incluídas por Pamuk en su libro "ESTAMBUL". Otra gran cantidad de fotos familiares y de la ciudad también se incluyen. (clic sobre las imágenes para ampliarlas)

Fuente de las fotos de las pinturas:
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3.- “CULTURA, PARAPOLITICA Y SOCIEDAD”
Atisbos Analíticos No. 74 Santiago de Cali, enero 2007,
Por HUMBERTO VELEZ R., hvr@coldecon.net.co , Profesor del Programa de Estudios Políticos y Resolución de Conflictos, Univalle, IEP; ECOPAIS, Fundación

Tras dificultades técnico-políticas enormes sufridas en los últimos tres meses del 2006, montadas quizá por los discrepantes de los Atisbos Analíticos con el ánimo de desalentar, volvemos a aparecer en este primer mes del 2007. Los Atisbos continuarán siendo el eje de un espacio virtual más amplio, que hemos denominado Pensamiento Crítico Virtual, PCV http://ecopais-atisbos.blogspot.com/ . Si los dioses de la tierra nos lo permiten, pues los de los cielos nada nos han criticado al respecto, su director, coadyuvado siempre por Gabriel Ruiz de NTC ... , por el estudiante promisorio Nelson Andrés Hernández, por el teórica, intelectual, humana y políticamente coherente Oscar Delgado y por el Equipo de estudiantes “Univalle Polis”, seguiremos adelante buscándole a toda hora la comba de emancipación humana a este universo social humano llamado tierra. Por algo PCV, EN SU PRIMER PERÍODO, TUVO COMO EJE CENTRAL LA CUESTIÓN DEL SOCIALISMO EN AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XXI.
En esta sociedad de clases y de ciudadanos somos anticapitalistas pero también demócratas en la tradición rusoniana y, por eso, no olvidamos nuestro sentimiento e imaginario de igualdad jurídico-política dada nuestra condición de sujetos iguales, que también reivindicamos.
Ora mediados; ora más abiertos; ora desesperados han sido los esfuerzos que, entre el final del 2006 y enero del 2007, ha venido desplegando la dirigencia hegemónica- uso este término en su acepción gramsciana- buscando trasladar a un segundo plano el fenómeno de la parapolítica y, sobre todo y ante todo, el de su tremendo impacto sobre la re-configuración estructural y funcional de la sociedad colombiana. Ha sido así como, por ejemplo, periodísticamente se ha posicionado el más lúcido e importante intelectual de una de las versiones de le neo-derecha colombiana. Me estoy refiriendo a un manizaleño casi paisano. Yo nací a solo veinte kilómetros en la cuna de sus abuelos, en la entonces conservadora-godorra Neira. Me estoy refiriendo al inteligente e “invercorsomal y moralmente” casi inconmovible Fernando Londoño Hoyos. En estas primeras semanas de enero, apelando a su tenaz dialéctica- en la que, por lo general, muy hegelianamente privilegia las ideas abstractas en detrimento de la dialéctica teoría-hechos-teoría- cada mañana nos ha venido machacando una idea: Que el enredo penal de la dirección del Banco de Colombia, así como el evento de Jamundí, son cuestiones más importantes y preocupantes que el asunto de LA PARAPOLÍTICA.
En marzo del 2005, al finalizar el libro SECUESTRO, advertí: "Miles de colombianos no son paramilitares armados, aunque culturalmente son paras. Han asumido la cultura paramilitar como referente simbólico de una estrategia de reorganización institucional del país. Reorganización enhebrada desde la vida municipal, veredal y familiar. Es decir, desde los fundamentos institucionales mismos de la vida colectiva. Entonces, ¿hacia dónde va esta sociedad?"
Precisemos, entonces, qué es lo que en la actualidad los académicos podemos entender por Cultura. Con esta noción no nos estamos refiriendo a la histórica Urbanidad del Venezolano Carreño- las normas y rituales de la mesa, por ejemplo – ni a aquellas personas llamadas cultas por haber viajado mucho o hacer gala de muchas lecturas y, ni siquiera, por considerarlo poco operativo, al tradicional concepto eje de la antropología que la entiende como aquel conjunto de valores, símbolos, signos, rituales y creaciones, materiales y espirituales, de un colectivo humano en cada uno de los momentos de su historia. Se trata ahora de un concepto más trans-disciplinar, válido para todas las ciencias, incluidas las naturales, que han levantado la noción de cultura ecológica. Se trata, además, de un concepto más operacional y vital y experimental con el que podemos pensar el conjunto, casi infinito, de interacciones entre las gentes del común durante las 24 horas de cada día. El concepto, que significa, “valores convertidos en valoraciones prácticas”, nos permite, entonces, valorar y evaluar subjetivamente al “otro” buscando desentrañar a toda hora la importancia o no importancia, la trascendencia o no trascendencia, la belleza o la fealdad, la licitud o la ilicitud, la utilidad o la inutilidad de todo lo humano. Al fin y al cabo es en eso en lo que nos pasamos los humanos las veinticuatro horas del día.

Como se podrá observar la categoría cultura continúa aferrada al universo de los valores sociales pero convertidos ahora en valoraciones o formas de examinar y valorar subjetivamente todo lo que se nos atreviese en el camino procurando siempre encontrarle el sentido a toda interacción humana. Y cuando fijamos esos sentidos los objetivamos en representaciones o imaginarios sociales. Pero, si sólo fuese esto- la cultura como mera producción de sentidos- quizá la noción no tendría mayor importancia para las ciencias sociales. La importancia estratégica del concepto se revela cuando constatamos cómo esos discursos de representación y de imaginarios se encuentran dotados de la más enorme eficacia práctica. Poseen una enorme capacidad para determinar, primero, corrientes de opinión, segundo, actitudes específicas, o sea, predisposiciones sicológicas a actuar en determinada dirección, y tercero, conductas concretas, sobre todo en lo relacionado con las decisiones de consumo material y con el comportamiento político-electoral. En es esa línea, en las que, en polémica con el marxismo clásico, han venido argumentando algunas de las versiones del neomarxismo.
Nos hemos extendido en la fijación del concepto procurando precisar que la noción de cultura paramilitar es algo que va mucho más allá de una simple frase. Con él se invita a pensar cómo en Colombia se ha venido configurando un poder mafioso con variadas fuentes de legitimidad. Pero, adelantemos otra precisión. En Colombia el para-militarismo posee una larga historia. Veamos un solo e ilustrativo ejemplo. En la guerra civil de 1885 la relación de fuerzas militares entre radicales y conservadores jugó a favor de estos últimos cuando un general bugueño intervino, a su favor, con un ejército para-militar extraoficial conformado por reclutas de clara tradición católica y conservadora. Por lo tanto, erróneo resulta pensar que el actual presidente Uribe se haya inventado en Colombia el para-militarismo.
Este, en la actualidad, sólo está pasando por su fase más evolucionada y socialmente impactante de desenvolvimiento histórico.
Recordamos estas tesis ahora cuando, por fin, ha acaecido lo que algún día tenía que acontecer: el afloramiento a la superficie de la cotidianidad de una estructural fuerza subterránea que, desde los inicios de la década de los ochenta del anterior siglo, con el apoyo “de hecho”, aunque siempre velado, de una franja importante de la dirigencia y de la ciudadanía, empezó a socavar y carcomer a la sociedad colombiana. Ese apoyo, más implícito que explícito, se lo proporcionaron los llamados “hombres de bien”, es decir, los que siempre se han presentado y representado como los primeros y más importantes defensores de la sociedad institucional. Han olvidado que ellos, “los hombre de bien”, han sido los que en Colombia, apunta de violencias, han sido los que han construido la institucionalidad de su adorada patria.
Recalcamos, por otra parte, estas olvidadas tesis a propósito del último e importante artículo del profesor Alejo Vargas, titulado “Aprender de la Historia” http://www.elpais.com.co/historico/ene082007/OPN/opi3.html al referirse al libro de Giuseppe Carlo Marino, “Historia de la Mafia. Un poder en la Sombra”. http://www.lsf.com.ar/libros/3/846660973.html *. Destaca, entonces, el profesor Vargas la nota metodológica más importante del trabajo de Marino, vale decir, la manera como enfoca a la mafia siciliana no sólo como un fenómeno de delincuencia organizada, que también lo ha sido, si no, ante todo, como un fenómeno más complejo y de raigambre cultural. Marino analiza la mafia siciliana como un actor integrante de un sistema de poder, que detenta y reproduce y socialmente amplía valores perversos como: primero, el culto casi obsesivo por los intereses de la causa defendida, segundo, la tendencia a resolver por la fuerza y la violencia todos los problemas de un establecimiento jerarquizado en el que no obstante, su permanente conducta criminal, todo se tapa para aparecer como “hombres de bien”, tercero, la absoluta identificación de las reglas sociales, el derecho incluido, con la costumbre, cuarto, la enfática subordinación a las reglas del sentido común , quinto, el más formal homenaje al poder y a los poderosos, y sexto, la imposición de una moral de la resignación, la obediencia, la complicidad y la “omentá”.
Como para afirmar ahora que, en las tres últimas décadas, este poder mafioso del PARA-MILITARISMO EN COLOMBIA ha logrado arraigarse, en muchas regiones y subregiones y localidades del país, como un componente estructural objetivo de un sistema de poder generador de un conjunto de valoraciones sociales- es eso lo que entendemos por cultura- socialmente asimiladas por muchas personas en el municipio, en la vereda y en la familia. Es decir, que la cultura mafiosa del paramilitarismo llegó, casi como natural, a la cotidianidad de amplios sectores de la ciudadanía colombiana, sobre todo en esos espacios de la vida social. En el plano de las interacciones sociales, casi naturales, en las que operan las culturas, en muchas regiones del país un amplio sector de la ciudadanía- unos pocos por simpatía, otros muchos por necesidad política, unos terceros por considerarlo un mal menor- casi siempre en silencio desplegaron acciones discursivas y prácticas a favor del para-militarismo.
Pero, en las sociedades humanas, analíticamente una cosa son sus estructuras objetivas y otra cosa son los actores, individuales y colectivos, que las mantienen y reproducen o que, por el contrario, buscan reformarlas o transformarlas. Al margen de toda valoración moral-penalista- como de querer buscar actores buenos o malos o criminales o no criminales- es en el nivel de las conductas concretas de los actores, desde donde debemos preguntarnos por los propiciadores objetivos del para-militarismo en Colombia. Es decir, para preguntarnos sobre quiénes han sido los que en Colombia, en la realidad real y simbólica, han propiciado y alimentado UNA SOCIEDAD DE CRIMEN culturalmente aceptable y hasta justificable.
Para el autor de estos atisbos, objetiva y simbólicamente los fenómenos sociológicos centrales de la vida social continúan siendo la producción, los de la distribución social de lo producido, así como los asociados al ejercicio del poder y la autoridad. Esto no obstante, en el mundo contemporáneo un examen adecuado de estos fenómenos no puede desprenderse de la mirada desde la Cultura. Por lo tanto, el examen histórico del paramilitarismo en Colombia no puede desprenderse del papel que ha cumplido en la reproducción de una sociedad asentada sobre bases específicas de producción, de distribución, así como de ejercicio del poder y la autoridad. Piénsese lo que se piense del proyecto de las guerrillas, para muchos de nosotros un poco obsoleto; piénsese lo que se piense de la relación complicada de la izquierda insurgente con el Derecho Internacional Humanitario y con el asunto del narcotráfico; piénsese lo que se piense de la estrategia central de la política, para muchos de los izquierdistas actuales la opción no puede ser otra que la de la estrategia compleja y dificultosa de construcción de democracia radical dentro del régimen político institucional, tenemos que aceptar que en las guerrillas, llámense farianos o elenos, continúa vigente un proyecto de oposición a las actuales formas de producción, de distribución y de ejercicio del poder vigentes en la Colombia actual. Ha sido por eso por lo que, en su fase actual, el enemigo de los paramilitares no ha sido el Estado si no las guerrillas. Fue por eso, por lo que un Estado impotente militarmente se auto-privatizó para que los “privados ricos”, por su cuenta y riesgo, buscaran las formas más adecuadas para deshacerse de la cuestión guerrillera. Llegó después Uribe a la presidencia a brindarles seguridad personal, familiar y patrimonial. Con los logros relativos obtenidos en esa línea, el para-militarismo se les hizo innecesario y, sobre todo, internacionalmente incómodo. Entonces Uribe dijo que iba a negociar con ellos apelando a un recurso semánticamente tramposo, pues lo único que cabía eran unos arreglos en los que se les pagase, entre aliados, su gran logro estratégico: el haber reversado en la década de 1980 la guerra interna hacia el asunto de la soberanía interna del Estado, es decir, hacia un asunto donde éste era más precario, pues la gente común ya había empezado a darse cuenta que su estado no era estado donde decía ser estado. Fue así como el asunto de la recuperación del control socio-territorial del país se convirtió en el objetivo central, y continúa siéndolo, de la política guerrerista del gobierno de Uribe. Pero, en el camino el arreglo le resultó al gobierno más dificultoso que un simple asunto de conversar entre aliados.
En un marco así, es fácticamente fantasioso y erróneo y tramposo afirmar que la actual situación incómoda y complicada y futuralmente incierta de los jefes paramilitares detenidos en Itaguí, constituye una gran victoria de la Estrategia de Seguridad democrática.
No poseemos bases empíricas sólidas para afirmar que Alvaro Uribe Vélez sea o haya sido paramilitar. Así como la ciencia no posee pruebas para probar la existencia o la inexistencia ontológicas de los dioses celestiales, tampoco las posee para probar o improbar que Uribe, para muchos un dios terrenal, sea paramilitar. De todas maneras, sí existen muchos indicios para fundar la hipótesis de sus simpatías y tolerancias y enredos con el paramilitarismo. En general, casi con seguridad hizo parte del amplio sector de la sociedad colombiana que, por considerarlo un “mal necesario”, contribuyó a su legitimación social al asumirlo prácticamente con simpatía. De todas maneras, aunque como político formalmente no haya hecho alianzas con uno u otro de sus líderes, sin embargo, su vida como gobernante sí ha estado atravesada por relaciones tan problemáticas con el fenómeno como para que en su conciencia no entre la duda sobre la legitimidad, no hablemos sobre la legalidad santanderista, de su condición de gobernante. En lo empírico, destacamos situaciones como, primero, la puesta en acción de las CONVIVIR, organización tambaleante entre la legalidad y la ilegalidad finalmente declaradas inconstitucionales, segundo, el haber realizado con los paramilitares unos arreglos sin claros y explícitos referentes jurídicos, tercero, el promover y avalar una Ley de Justicia y Paz pro-paramilitarista, y cuarto, el permanecer inconmovible y sereno en su cargo de presidente cuando, en una elevada proporción, de por lo menos tres docenas de congresistas por la Fiscalia del 2007 abiertamente acusados de distintas formas de relación con los paras, su elección y reelección corrió a cargo de líderes paramilitares en la actualidad prisioneros.
Una sola advertencia final, LA TENDENCIA A UNIVERSALIZAR , POR LA VÍA DE SU LEGITIMACIÓN, LA RESPONSABILIDAD POR LOS APOYOS OBJETIVOS AL ACUNAMIENTO Y EVOLUCIÓN DE ESE MOSTRUO, NO PUEDE VELAR, AL MARGEN DE SUS RESPOSABILIDADES MORALES Y PENALES, A LOS ACTORES CONCRETOS QUE OBJETIVAMENTE, EN LO ECONÓMICO Y EN POLÍTICO, LOS HAN PATROCINADO.
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4.- "CIEN AÑOS DE SOLEDAD" (1.967) . 40 AÑOS ...
La primera carátula del libro
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Proyecto Cien Años de Soledad al aguafuerte
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5.- SARAMAGO NOS CUENTA SU INFANCIA ...
José Saramago

"Si pudiera revivir lo que narro en "Las pequeñas memorias", lo repetiría todo exactamente igual, lo bonito y lo feo, lo terrible y lo feliz"
EL CULTURAL, España, Miércoles, Enero 17, 2.007
Texto completo: http://www.elcultural.es/HTML/20070118/Letras/Letras19545.asp
http://www.elcultural.es/Avance/20070118/Letras/img/19545_1.jpg José Saramago. Foto: Cotera
José Saramago (1922) llevaba enredado más de veinte años en el proyecto, pero al fin,tirando del ovillo de los recuerdos, se ha decidido a narrar su infancia en Las pequeñas memorias (Alfaguara), que ven la luz el próximo miércoles. De la mano del niño que fue, y que correteaba a orillas del Almonda y del Tajo, entre olivos que ya no existen gracias a las subvenciones de la UE, el Nobel recuerda cómo dió nombre a su padre. Su inocencia. La miseria cotidiana. Cómo descubrió la cuadratura del círculo. La violencia. Y sus primeros escarceos amorosos.
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Aliviado y feliz, reconoce que es uno de los libros de su vida, y que ha hecho caso a la cita que abre el libro, extraída del imaginario Libro de los Consejos: “Déjate guiar por el niño que fuiste”. Y ha valido la pena.

– Siempre había querido escribir este libro, pero cada vez que me proponía avanzar en él se me aparecía la idea de una novela, y lo iba postergando. Lo que pasa es que el niño que fui siempre ha estado muy vivo en mi recuerdo.

–Sin embargo, el libro termina cuando usted tiene quince años y estudia mecánica en la escuela Afonso Domingues, es decir, cuando aún no sabía que sería escritor, y no podía estar guardando notas...

–Claro, entonces no podía saber que acabaría siendo escritor, aunque la verdad es que nunca sentí preocupación por el éxito o el triunfo. Y sí, cuando comencé a escribirlo no lo tenía todo, pero hubo un fenómeno: descubrí que recordaba muchos episodios que creía olvidados y que resurgían ante mis ojos.

Las tentaciones de Zezito

–¿Por qué cambió el título que pensaba dar a sus recuerdos, El libro de las tentaciones, por el de Las pequeñas memorias?

–Porque me di cuenta de que, aunque el mundo se presentaba ante los ojos del niño como una gran tentación, de qué tentaciones iba a hablar si sólo tenía dos, cuatro, quince años.... No sabía que hacer con ese título. Y se me presentó este otro, Las pequeñas memorias, mucho mejor y más fiel, sin la solemnidad ni la pretenciosidad del otro, porque es eso, las pequeñas historias de cuando fui pequeño. En ellas no hay imaginación, ni diálogos literarios, todo ocurrió como lo cuento, porque no quería hacer literatura (entendida como creación) con mis memorias. Y sí, éste es un pequeño libro, de 180 páginas. Con todo lo que recuerdo podría haber escrito una novela de 400, pero quería contar lo esencial. Y creo que lo he logrado.

–¿Qué le debe el Nobel Saramago al niño Zezito, a sus abuelos jerónimo y Josefa, a su infancia de miserias y privaciones?

–Uff... le voy a contar algo que no sabe casi nadie. Hace dos semanas me telefoneó desde el pueblo una prima mía algo más joven que yo, de unos 80 años, para decirme que la cama de mis abuelos, Jerónimo y Josefa, la que compraron cuando se casaron a comienzos del siglo XIX, existía todavía. Y me ha causado una emoción tremenda, es como si el tiempo hubiese dado marcha atrás, y yo estuviera de nuevo allí, en Azinhaga, porque yo dormí a veces en esa misma cama, en la que, en invierno, mis abuelos dormían con los lechoncitos recién paridos más débiles para que sobrevivieran. Es como una especie de puzzle y ahora ha aparecido una pieza que faltaba. Puede parecer muy infantil, pero es muy emocionante. Verá, no sé qué ha significado la infancia para otras personas, pero si yo pudiera revivirlo todo otra vez, exactamente igual, en lo hermoso y en lo feo, en lo feliz y lo desdichado, lo repetiría todo exactamente igual de nuevo, incluso los momentos más terribles.

–¿No se sorprenderán los lectores con este Saramago tan en primera persona?

–Sí, es una escritura totalmente nueva para mis lectores, acostumbrados a la casi total ausencia de datos autobiográficos en mis novelas. Hay alguna en la que aparece algo de mi infancia, como Manual de pintura, pero creo que sí, que será una sorpresa. Espero que agradable.

“Me gusta mucho ser lo que he sido”

–A pesar de no querer que la creación se filtrara por sus recuerdos, algunos pasajes del libro remiten a sus novelas (especialmente Todos los nombres y Manual de Pintura) ¿Es una nueva lectura sobre su obra, quizá la manera de aclararlo todo?

–Quizá sí...Verá, hace unos días recibí una carta de un amigo, profesor de la Universidad de Massachusetts, que me decía, tras leer las pruebas de este libro, que había comprendido mejor Todos los nombres. Yo no lo había pensado antes pero tal vez pueda ayudar a entender mejor a la persona que lo ha escrito y los temas tratados en mis libros.

–El Saramago adolescente estaba lleno de dudas y certezas... ¿las reconoce el Saramago octogenario?

–Bueno, me siento de alguna manera heredero directo de ese niño que fui. Hoy me siento llevado de la mano por aquel niño. Somos dos, el adulto, con el Nobel y todo eso, y el niño que no sabía nada de nada, pero que era yo, que soy yo, y vamos los dos, y es una sensación muy reconfortante, no por vanidad ni por presunción, sino porque soy lo que he sido, y me gusta mucho serlo.

TEXTO COMPLETO http://www.elcultural.es/HTML/20070118/Letras/Letras19545.asp
Nuria AZANCOT
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6.- ", ... él creía que como policía podía cambiar el mundo, ..."
Desde que me acuerdo él siempre quiso ser policía y por más que le decíamos que era muy peligroso no le importaba. Cuando por fin lo aceptaron, se puso muy feliz”, cuenta Martha, una de las cinco hermanas mayores del patrullero.

“Se le escuchaba feliz, era su sueño, él creía que como policía podía cambiar el mundo, pero eso no es así, no es cuestión de una persona, sino de unión. El domingo nos llamaron y nos dijeron que estaba muerto, que había caído en un enfrentamiento”, expresó entre lágrimas Martha.
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Tomado de: “Quería cambiar el mundo como policía”
EL PAIS, Enero 16 de 2007 http://www.elpais.com.co/historico/ene162007/NAL/poli.html (texto completo)
http://www.elpais.com.co/historico/ene162007/fotos-periodico2/cola416n2ene,photo01.JPG

Ayer fue velado en la Funeraria Jardines del Recuerdo el cuerpo del patrullero Héctor Fabio Rojas Herrera, uno de los patrulleros muertos por las Farc en el Putumayo, será sepultado hoy en Cali. El sueño de ser policía lo llevó a sacrificar muchas cosas, incluso, su vida.

miércoles, enero 10, 2007

NTC ... 253. Enero 10, 2.007. AÑO 7.

NTC ... 253
Nos Topamos Con ... .
Año 7. Enero 10, 2.007
CONTENIDO
TEXTOS ESPECIALES Y EXCLUSIVOS PARA NTC ... :
1.- El maletín de mi padre. Palabras de Orhan Pamuk ante la Academia Sueca, con ocasión de habérsele otorgado el Premio Nobel de Literatura. Estocolmo, diciembre 7 de 2006. Versión en español de Carlos Vidales. Primera parte.
2.- SOBRE LA VIDA DE LUIS VIDALES. A propósito del artículo de Maryluz Vallejo Mejía “Luis Vidales: una vida de sonoras contradicciones”. Clamorosos errores, contradicciones, omisiones e inconsecuencias. “… para ajustar la perspectiva histórica y precisar los hechos.” Por Carlos Vidales . Estocolmo, Enero 2.007
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1.- El maletín de mi padre
"Edebiyatın insanoğlunun kendini anlamak için
yarattığı en değerli birikim olduğuna inanıyorum." O. P.
"Estoy convencido de que la literatura es el más valioso acervo de materiales
que la humanidad ha creado en su esfuerzo por comprenderse a sí misma." O. P.
Orhan Pamuk.
Nobel de Literatura 2.006. Discurso
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Carátulas de su libro, autobiográfico, "Estambul"
Ediciones turca, inglesa, alemana y española.
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El maletín de mi padre
Palabras de Orhan Pamuk ante la Academia Sueca, con ocasión de habérsele otorgado el Premio Nobel de Literatura. Estocolmo, diciembre 7 de 2006.
Versión en español*: Carlos Vidales**
Colaboración especial para NTC ... que agradecemos.

*PRIMERA PARTE
Esta versión ha sido elaborada sobre la base de las traducciones
del turco al sueco (Claire B. Kaustell), del turco al francés (Gilles Authier)
y del turco al inglés (Maureen Freely) publicadas en la página electrónica oficial del Premio Nobel ( http://nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/2006/pamuk-lecture.html
)
Pamuk pronunciando el discurso
...
Dos años antes de su muerte mi padre me entregó un maletín lleno de sus textos manuscritos y sus cuadernos de notas. Con su habitual aire bromista me dijo, como al pasar, que esperaba que yo los leyera después, es decir, después de su muerte.

“Échales una mirada”, dijo con algún embarazo, “tal vez algo de todo eso sirva para algo. Tú podrás elegir lo que sea publicable”.

Estábamos en mi cuarto de trabajo, rodeados de libros. Mi padre daba vueltas por la estancia, mirando a su alrededor, como quien desea desembarazarse de un equipaje pesado e incómodo, sin saber dónde ponerlo. Finalmente lo colocó discretamente, sin ostentación, en un rincón. Después de este instante, un tanto embarazoso pero imborrable para ambos, regresamos a la tranquila ligereza de nuestros papeles habituales, nuestras personalidades sarcásticas y desenvueltas. Hablamos, como de costumbre, de cosas sin importancia, de la vida, de los inagotables temas políticos de Turquía y, sin ninguna amargura, de los proyectos no realizados y los negocios sin resultados de mi padre.

Recuerdo que, durante algunos días después de su partida, di vueltas alrededor de ese maletín, sin tocarlo. Conocía desde la infancia esa pequeña valija de cuero negro, su cerradura, sus abollados rebordes. Mi padre la usaba para sus viajes cortos y también, a veces, para llevar documentos de la casa al trabajo. Recordaba haber abierto esta valija, cuando era niño, y escarbado en sus cosas que despedían un delicioso aroma de agua de Colonia y de tierras extranjeras. Este maletín era para mí un objeto conocido y fascinante, asociado a mi pasado y a mis recuerdos de la infancia; sin embargo, ahora no me atrevía a tocarlo. ¿Por qué? Lo que me inhibía era sin duda la importancia, el peso enorme de la misteriosa gravedad que su contenido parecía esconder.

Ahora voy a hablar sobre el significado de este peso secreto: es el resultado de lo que un ser humano logra crear cuando, encerrado en su cuarto de trabajo y sentado ante una mesa o en un rincón, se expresa por medio del papel y la pluma. Es decir, este es el sentido de la literatura.

No me atrevía a tocar ni a abrir el maletín de mi padre, pero conocía algunos de los cuadernos de notas que contenía. Ya había visto a mi padre escribir en ellos. No era la primera vez que yo sentía hondamente todo el peso contenido en este maletín. Mi padre tenía una gran biblioteca; en su juventud, a fines de la década de 1940, había querido ser poeta en Estambul y había traducido a Valéry al turco, pero no había querido exponerse a las dificultades de una vida consagrada a la poesía en un país pobre, donde los lectores eran escasos. Su padre –mi abuelo– era un empresario rico; mi padre había tenido una infancia cómoda y no quería empobrecerse por la literatura. Él amaba la vida con todos sus placeres, y yo lo comprendía.

Lo primero que me inhibía de acercarme al maletín de mi padre era el temor de que sus escritos no me gustaran. Mi padre tenía la misma duda y los había presentado con una actitud de cierta indiferencia, como si no tomara demasiado en serio el contenido del maletín. Esta actitud me afligía; yo llevaba ya veinticinco años trabajando como escritor, pero no quería reprochar a mi padre por no haber tomado la literatura con suficiente seriedad… Mi verdadero temor, la cosa que me aterraba verdaderamente, era la posibilidad de que mi padre hubiera sido un buen escritor. Este miedo era lo que me impedía abrir el maletín de mi padre. Peor todavía, yo no era capaz de confesarme a mí mismo esta razón, porque si de su pequeña valija surgía una gran obra, yo estaría obligado a reconocer la existencia de otro hombre, totalmente diferente, en el interior de mi padre. Era una posibilidad aterradora. Porque incluso a mi edad, ya avanzada, yo quería que mi padre fuera solamente mi padre, no un escritor.

Para mí, ser escritor significa descubrir, mediante un paciente trabajo de años, la otra persona que vive oculta en uno, y el mundo interior que la hace ser lo que es; cuando hablo de escritura, lo primero que me viene a la mente no es una novela, un poema o una tradición literaria, sino una persona que, encerrada en estudio, replegada en sí misma y protegida de sí misma, rodeada de sus sombras, se sienta ante una mesa, sola con las palabras, y construye con ellas un mundo nuevo. Este hombre, o esta mujer, puede usar una máquina de escribir o emplear los servicios de un ordenador o bien, como yo, puede pasarse treinta años escribiendo con una pluma estilográfica sobre el papel. Puede fumar, puede beber café o té. De vez en cuando puede lanzar una mirada a través de la ventana, sobre los niños que se divierten en la calle –si tiene suerte, sobre los árboles o un paisaje–, o sobre un muro sombrío. Puede escribir poesía, teatro, o novelas, como yo. Todas esas diferencias surgen después de la tarea crucial que consiste en sentarse ante la mesa y entrar pacientemente en su mundo interior. Escribir es traducir en palabras esta introspección, esta indagación de sí mismo, y gozar de la alegría de explorar con paciencia y obstinación un mundo nuevo. Sentado ante mi mesa mientras los días, los años y los meses transcurrían y mientras yo iba agregando nuevas palabras sobre las páginas en blanco, sentía que estaba construyendo un nuevo mundo interior para mí mismo; que yo, del mismo modo que quien construye un puente o una cúpula, piedra sobre piedra, estaba descubriendo otra persona en mi interior. Para nosotros, escritores, las palabras son nuestras piedras de construcción. Conociéndolas y valorándolas en sus relaciones recíprocas, juzgándolas a veces a la distancia, acariciándolas en ocasiones con las yemas de los dedos o con la pluma estilográfica, sopesándolas, colocamos a cada una de ellas en su lugar, para ir construyendo nuevos mundos a lo largo de los años, sin perder la esperanza, obstinadamente, pacientemente.
El secreto del escritor, para mí, no es la inspiración –pues nunca se sabe de dónde viene–, sino la obstinación y la paciencia. Hay una hermosa expresión turca, “cavar un pozo con una aguja”, y a mí me parece que fue inventada pensando en nosotros los escritores. En los antiguos relatos, yo amo y comprendo la paciencia de Ferhad, quien, según la leyenda, perforaba las montañas por el amor de Shirine. Cuando escribí, en mi novela Me llamo Rojo, sobre los antiguos miniaturistas persas que dibujaban el mismo caballo durante años hasta memorizarlo al punto de que podían dibujarlo con los ojos cerrados, yo sabía que estaba escribiendo también sobre el oficio del escritor y sobre mi propia vida. Para alcanzar el don de poder narrar su propia vida, lentamente y como si fuera la historia de otros, para sentir en sí mismo esta fuerza narrativa, me parece que el escritor debe dedicar todos sus años a este arte y a este oficio ante su escritorio, con la necesaria condición del optimismo. El ángel de la inspiración, que visita regularmente a algunos y jamás a otros, favorece al optimista y al que confía en sí mismo, y cuando el escritor se siente más solo que nunca y duda más que nunca de sus esfuerzos, de sus sueños y del valor de sus escritos –es decir, cuando cree que su relato es únicamente el relato de sí mismo–, es entonces cuando el ángel le revela las historias, las imágenes y los sueños que unen el mundo del cual quería salir el escritor con el mundo que quiere construir. Mi sentimiento más estremecedor, en este oficio de escritor al que he dedicado toda mi vida, ha sido la sensación, a veces, de que algunas frases, fantasías y páginas que me han hecho inmensamente feliz, no procedían de mi propia imaginación, sino que me habían sido reveladas generosamente por alguna fuerza externa.

Yo tenía miedo de abrir el maletín de mi padre y de leer sus cuadernos, porque yo sabía que él jamás habría soportado las dificultades que yo mismo tuve que afrontar. Él no amaba la soledad sino los amigos, las multitudes, los salones, las bromas, las diversiones sociales. Pero mis pensamientos tomaron luego otro rumbo: estas ideas, estos sueños sobre la paciencia y el ascetismo, todas esas concepciones que yo había construido podían ser solamente mis propios prejuicios ligados a mi vida y a mi experiencia como escritor. Ha habido una gran cantidad de autores brillantes que escribieron rodeados de multitudes, de sus familias, del bullicioso esplendor y el alegre parloteo de la vida social. Además, mi padre nos había abandonado cuando éramos niños, aburrido de la monotonía de la vida familiar. Se había ido a París y allí, en habitaciones de hotel –como tantos otros escritores– llenaba, uno tras otro, cuadernos y más cuadernos de notas. Yo sabía que en el maletín se encontraba una parte de esos cuadernos, pues durante los años que precedieron a la entrega de la pequeña valija mi padre había comenzado a hablarme sobre ese período de su vida. También había hablado sobre aquellos años cuando yo era niño, pero sin mencionar su vulnerabilidad ni sus sueños de convertirse en poeta ni sus angustias existenciales en las habitaciones de hotel. Contaba cómo había visto frecuentemente a Sartre en las aceras de París, y hablaba con entusiasmo ingenuo, como portador de noticias muy importantes, de los libros que había leído y las películas que había visto. Más tarde, ya convertido en escritor, no he olvidado nunca que llegué a serlo gracias a que mi padre, en lugar de recordar a los famosos pachás y grandes líderes religiosos, me hablaba frecuentemente de los grandes autores de la literatura universal. Tal vez por esto debía yo abordar la lectura de los cuadernos de mi padre, sin pensar tanto en el valor literario de sus escritos, considerando todo lo que yo debía a los libros de su biblioteca y recordando que él, cuando vivía con nosotros, no aspiraba sino a encerrarse en una habitación –como yo– para estar en íntimo contacto con sus libros y sus pensamientos.

Sin embargo, contemplando con zozobra este maletín cerrado, sentí que era precisamente esto lo que yo era incapaz de hacer. Mi padre acostumbraba en ocasiones tenderse en el sofá, frente a sus libros, dejar a un lado el libro o la revista que tenía en sus manos y hundirse durante largo rato en sus pensamientos y fantasías. En su rostro aparecía entonces una nueva expresión, diferente de la que mostraba en las bromas, el bullicio y las riñas de la vida familiar. Esa expresión denotaba una profunda introspección que me hizo comprender, ya desde mi infancia y durante los primeros años juveniles, que mi padre sufría un desasosiego interior que me inquietaba. Ahora sé, muchos años después, que ese desasosiego es una de las fuerzas decisivas que hacen de un ser humano un escritor. Para llegar a ser escritor se necesita, antes que la paciencia y el esfuerzo, el impulso interior que nos hace huir de las multitudes, la vida social, las cosas citidianas que todos comparten, y encerrarse en una habitación. Los escritores necesitamos la paciencia y la esperanza para encontrar en nosotros mismos los cimientos del mundo que creamos para nosotros. Pero el deseo de encerrarnos en una habitación, en una sala llena de libros, es lo primero que nos impulsa. Montaigne fue sin duda quien marcó el inicio de la literatura moderna, el primer gran ejemplo de escritor libre de temores y prejuicios, el primero que discutió las palabras de otros sin escuchar otra voz que la de su propia conciencia y, en conversación con sus libros, desarrolló sus propias ideas y su propio mundo. Montaigne es uno de los escritores que mi padre leía una y otra vez, y a cuya lectura me incitaba siempre. Yo quisiera verme a mí mismo como un seguidor de esta tradición de escritores que, sea en Oriente, sea en Occidente, se apartan de la vida social para encerrarse, junto con su biblioteca, en su estudio. El punto de partida de la verdadera literatura es el ser humano encerrado, a solas, con sus libros.

Pronto descubrimos, sin embargo, en ese recinto donde nos hallamos encerrados, que no estamos tan solos como podría creerse. Nos hacen compañía las palabras de otros y las historias de otros, sus libros, todo aquello que llamamos la tradición literaria. Estoy convencido de que la literatura es el más valioso acervo de materiales que la humanidad ha creado en su esfuerzo por comprenderse a sí misma. Las sociedades humanas, tribus, naciones, se hacen más inteligentes, se enriquecen y se elevan en la misma medida en que toman en serio su literatura y escuchan a sus escritores. Como todos sabemos, las hogueras de libros y las persecuciones contra los escritores han sido el anuncio de tiempos de tinieblas e irracionalidad para naciones enteras. Pero la literatura nunca es un asunto puramente nacional. El escritor que se encierra con sus libros y emprende, antes que nada, el viaje interior, descubre con el correr de los años esta regla imperiosa: la literatura es el arte de narrar nuestra propia historia como si fuera la de otros, y la historia de otros como si fuera la nuestra. Para lograr esto debemos viajar a través de las historias y libros de otros.

Mi padre tenía una buena biblioteca, con unos mil quinientos libros, más que suficiente para un escritor. Cuando yo tenía veintidós años no había leído quizás todos esos libros, pero a todos los conocía, uno por uno, sabía cuáles eran importantes, cuáles eran ligeros y fáciles de leer, cuáles eran clásicos, cuáles eran parte imprescindible de la literatura universal, cuáles eran testimonios olvidables pero entretenidos de la historia local y cuáles eran las obras de un escritor francés a quien mi padre tenía en alta estimación. Yo contemplaba a veces esta biblioteca desde cierta distancia e imaginaba que un día, en una casa propia, tendría una biblioteca igual o incluso mejor, y que construiría para mí un mundo de libros. Vista desde la distancia, la biblioteca de mi padre me parecía en ocasiones una pequeña imagen de todo el mundo real. Pero era un mundo visto desde nuestro ángulo de visión, desde Estambul. El contenido de la biblioteca daba testimonio de esto. Mi padre la había formado con los libros adquiridos durante sus viajes, sobre todo en París y en América, con los que había comprado en su juventud a libreros que vendían literatura extranjera en Estambul durante las décadas de 1940 y 1950, y con los que había contiado adquiriendo en librerías que yo también conocía. Mi mundo es esta mezcla del mundo local, el nacional y el occidental. A partir de la década de 1970 comencé yo también, ambiciosamente, a formar mi propia biblioteca. Aun no me había decidido por completo convertirme en escritor. Como he relatado en mi libro Estambul, yo ya había intuido que nunca llegaría a ser pintor, pero no sabía con exactitud qué camino tomaría mi vida. Tenía una curiosidad insaciable y universal, una avidez ingenua y excesivamente optimista por leer y aprender; pero al mismo tiempo tenía la sensación de que a mi vida le faltaría algo y que yo no podría vivir como otros. Esta sensación, exactamente como la que yo experimentaba al contemplar la biblioteca de mi padre, estaba asociada con la idea de encontrarme lejos del centro, esto que los habitantes de Estambul sentíamos en aquellos tiempos, esta sensación de vivir en la periferia. Esta era otra circunstancia que aumentaba mi preocupación y me hacía sentir de algún modo incompleto, porque yo sabía muy bien que vivía en un país que no valoraba ni estimulaba a sus artistas –fueran ellos pintores o escritores– y les ofrecía una vida sin esperanza alguna. En los años setenta, como impulsado por un deseo apremiante y angustioso de resolver estas carencias de mi vida, visitaba con impaciencia furiosa los atiborrados quioscos y tiendas de libros de Estambul; y cuando compraba a los libreros de ocasión, con el dinero que mi padre me daba, libros descoloridos, manoseados, descuadernados y polvorientos, el estado lastimoso de estas tiendas de libros usados y el aspecto miserable de los pobres libreros que ponían sus mercancías en las orillas de las calles, en los patios de la mezquitas y en los nichos de muros en ruinas, la decrepitud y la pobreza sórdida de todos estos lugares me impresionaban tan poderosamente como las hondas vivencias que el contenido de esos libros me prometía.

... ... Continuará en próximo numero de NTC ...
La segunda y última parte se publicó el 18 de Enero 2.007 en: http://ntcblog.blogspot.com/2007_01_14_archive.html
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Caricatura posterior a sus polémicas declaraciones de Febrero de 2.005 en el sentido que en Turquía fueron asesinados "30.000 kurdos y un millón de armenios". http://es.wikipedia.org/wiki/Orhan_Pamuk .
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Pamuk en su apartamento en Estambul, frente al Bósforo.

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2.- SOBRE LA VIDA DE LUIS VIDALES: “… para ajustar la perspectiva histórica y precisar los hechos. ... ”

A propósito del artículo de Maryluz Vallejo Mejía
“Luis Vidales: una vida de sonoras contradicciones”
Clamorosos errores, contradicciones, omisiones e inconsecuencias.

Por Carlos Vidales . carlos@bredband.net
Estocolmo, Enero 2.007
(A propósito del artículo de Maryluz Vallejo Mejía “Luis Vidales: una vida de sonoras contradicciones”, Unicarta, Universidad de Cartagena, n.101, pp. 91-103, mayo de 2004).

Con casi dos años de retraso vengo a enterarme de que la Dra. Maryluz Vallejo Mejía (en adelante MVM) ha publicado un artículo sobre la contradictoria vida de Luis Vidales. Me sorprende, porque habiéndose comunicado previamente conmigo por la vía del correo electrónico para solicitarme información, que gentilmente le facilité, suponía que en Colombia se respeta la regla de cortesía académica de enviar a los informantes y personas consultadas una copia de la publicación pertinente. Veo ahora que no es así, y habiendo leído el texto del artículo gracias a la publicación que de él apareció en NTC ... 250 A http://ntcblog.blogspot.com/2006_12_10_archive.html , y a la amabilidad y benevolencia de mi amigo Gabriel Ruiz, he procedido a leerlo con atención… y a sorprenderme otra vez.
En efecto, el artículo de la Dra. MVM contiene afirmaciones que invitan a la polémica y, por qué no decirlo, al debate apasionado: su propósito evidente es demostrar que Luis Vidales fue errático, inconsecuente, veleidoso y caprichoso en su vida personal y política.

Pese a la tentación de responder a este planteamiento, que me parece incorrecto, me daré el gusto de no entrar ni en debates ni en polémicas, limitándome a señalar los clamorosos errores y las ”sonoras” contradicciones, omisiones e inconsecuencias en que ha incurrido la Dra. MVM, esperando sinceramente que mis observaciones sirvan para ajustar la perspectiva histórica y precisar los hechos.

Enumeraré por ello, sin más preámbulos, los puntos débiles e inconsistentes del artículo en cuestión, cuyo texto íntegro puede ser cotejado en la página electrónica de NTC ... http://ntcblog.blogspot.com/2006_12_10_archive.html .

1- “Vidales, confeso estalinista en su momento” (p. 92). Error. Vidales fue confeso estalinista en todo momento.

2- “Una imprenta de caucho comprada en la librería de Salvador Camacho y Roldán” (p.93). Error. Se trata de Salvador Camacho Roldán, una sola persona.

3- “…en el Banco de Londres y América del Sur, donde hizo una carrera fugaz: comenzó como cajero y pronto lo nombraron jefe de contabilidad” (p. 94). ¿Qué se entiende por “fugaz”? Trabajó varios años ahí, y solamente renunció en 1926 cuando emprendió su viaje a Europa. Su carrera en el banco tuvo un ascenso rápido, pero de ninguna manera “fugaz”.

4, 5, 6- “En 1927 recibió del gobierno de Abadía Méndez el nombramiento de secretario del consulado colombiano de Génova, donde permaneció ocho meses. Con estos apetecibles cargos el general intentó neutralizar los ánimos de los jóvenes intelectuales de izquierda” (p. 94). Dos errores y una omisión: El presidente Miguel Abadía Méndez (1867-1947) no era general sino abogado, hombre de letras, humanista y político. El cargo que dio a Vidales (Cónsul General en Génova) no fue para “neutralizar” a los jóvenes de izquierda, sino un favor personal solicitado por la madre de Vidales, dado que el poeta se estaba muriendo de hambre en París. Luis Vidales renunció a su cargo como protesta por la masacre de las bananeras, en 1928. Que yo sepa, es el único funcionario diplomático en la historia de Colombia que ha renunciado a su cargo para repudiar una masacre cometida por agentes del gobierno.

7- “Incluso por esos días apareció una foto del díscolo poeta daándole la mano al jefe del Estado italiano Benito Mussolini” (p.94). Omisión del contexto: “incluso por esos días” Vidales presentó sus credenciales ante el Duce y, como era obligatorio y de ceremonia, le dio la mano. Mussolini comentó: “Colombia è un bello paese de L’America Centrale…” Y Vidales inició una réplica inmediata: “Ciertamente, y supongo que también es un bello país de…” No alcanzó a terminar con “… la América del Sur” porque un colega le dio un fuerte codazo para imponerle prudencia. Musolini captó la situación y, molesto, le dio la espalda al poeta y no le volvió a hablar. También “incluso por esos días” Vidales trabó contacto con Palmiro Togliatti, secretario general del Partido Comunista italiano.

8- “Luis Tejada, el príncipe de los cronistas que retrató varias veces a Vidales como un sapo” (p. 94). Error: no fue el cronista Luis Tejada sino el dibujante y caricaturista Ricardo Rendón quien caricaturizó a Vidales como un sapo, para molestarlo, pues mantenía con él una amistad conflictiva.

9- “Y tan elegante como Gaitán se paseaba por las calles y cafés parisinos” (p. 94). Error. Vidales fue en París un estudiante pobre, medio muerto de hambre, y sus elegancias extravagantes eran arreglos de apuros. Adoptó una facha excéntrica para disimular su pobreza con humor, obligado como estaba a mostrarse “vestido en pleno invierno con traje de verano”.

10, 11- Dice que Vidales tuvo una relación con el Partido Comunista “con largas separaciones de la cúpula y disidencias hacia el liberalismo de izquierda” (p. 95). Error y mal manejo de la información: fue una sola larguísima marginación de la militancia, sin ninguna “disidencia”. Su trabajo dentro del liberalismo de izquierda fue claramente una misión encomendada por el propio Partido Comunista, como Vieira lo reconoció en su momento según consta en el mismo artículo de MVM: “Según su amigo y copartidario Gilberto Vieira, al partido le pidieron candidatos para trabajar en Jornada y la directiva propuso a Vidales y a Renato Arango” (p. 96), y como se prueba por la conducta política de Vidales dentro del Partido Liberal. Y en la p. 97 cuenta MVM que lo primero que hizo Vidales al regresar a Colombia de su exilio chileno, en 1960, fue pedir la militancia en el Partido Comunista, y que Vieira le respondió: "Métete en lo más hondo del partido liberal". Aquí hay que sumar, por tanto, otro error: abierta contradicción entre lo que se sostiene en la p. 95 (disidencias) con el testimonio de Vieira en la p. 96, y la instrucción partidaria del mismo Vieira en la p. 97, lo que sugiere desorden y negligencia en el manejo de los apuntes que han servido de base para escribir el artículo.

12- “Pero debido a sus actos de desobediencia con el Partido y a la enemistad que mantuvo con el camarada Ignacio Torres Giraldo, el poeta fue apartado de su cargo directivo en 1934” (p. 95). ¿Cuáles fueron esas “desobediencias”? No lo dice. Lo que hubo fue una diferencia de concepciones sobre la estrategia revolucionaria. Vidales sostenía entonces que la revolución socialista podía realizarse a partir de las insurrecciones agrarias y por eso mismo organizó y llevó a efecto muchos alzamientos campesinos, que le valieron cárcel y persecuciones y que fueron el motivo fundamental de su marginación. El estalinismo (Tercera Internacional) sostenía que solamente el proletariado industrial podía ser el sujeto activo de la revolución y que no se debía dar prioridad a las luchas campesinas. A partir de las sanciones de la Tercera Internacional contra Vidales, las luchas agrarias en Colombia, iniciadas por el Partido Comunista, decayeron notablemente y Gaitán aprovechó la ocasión para dar impulso a sus Ligas Campesinas. Volvieron a tomar impulso recién en 1948, después del asesinato de Gaitán. Y en 1949, el triunfo de la revolución china, bajo la dirección de Mao Tse Tung, mostraría que las tesis de Vidales no eran tan disparatadas.

13- “En esos años Vidales se volvió Lopista” (p. 96). Grave omisión del contexto histórico y político. No dice cuáles fueron “esos años”. El apoyo comunista a la candidatura de Alfonso López Pumarejo para las elecciones de 1942 fue decidido por la Tercera Internacional a mediados de 1941, al producirse la agresión nazi contra la Unión Soviética. La Segunda Guerra Mundial estaba en su apogeo. La Unión Soviética se hallaba destrozada y al borde del colapso a causa del feroz ataque hitleriano. La Tercera Internacional, a través de su Comintern, impartió órdenes perentorias a todos los partidos comunistas del mundo capitalista, para que apoyaran a los líderes democráticos que pudieran garantizar una lucha eficaz contra el fascismo y el nazismo. Estas instrucciones se cumplieron en el mundo entero, hasta el extremo de que, por ejemplo, en Argentina, los comunistas entraron en la Alianza Democrática con todos los partidos (incluidos los ultraconservadores) para enfrentarse a Perón (sin éxito). En Colombia, el Partido Liberal estaba dividido y no podía decidir si el candidato oficial sería Alfonso López Pumarejo (progresista) o Carlos Arango Vélez (derechista). El jefe conservador, Laureano Gómez, en abierta intromisión en los asuntos internos del liberalismo, declaró su apoyo a Carlos Arango Vélez. Entonces el país entero se electrizó, el pueblo “se volvió Lopista” y los resultados fueron estos: López (liberal), 673.169 votos; Arango Vélez (oligarquía liberal-conservadora), 474.637 votos. Pese a la división liberal, las fuerzas progresistas del país lograron derrotar al candidato de la reacción. Es en este contexto histórico y político que Luis Vidales, fiel a las directivas de la Tercera Internacional, apoyó la candidatura de López, lo que de ninguna manera significa que “se volvió Lopista”.

14- “… en 1946 votó por Gabriel Turbay, a pesar de ser tan amigo de Jorge Eliécer Gaitán, quien representaba la disidencia del liberalismo” (p. 96). Otro error por omisión de contexto histórico y político. Vidales era comunista, no votaba por amistad sino por disciplina política. Gabriel Turbay era el jefe único del liberalismo. La Segunda Guerra Mundial había terminado, se iniciaba la Guerra Fría con la enunciación de la Doctrina Truman. El Partido Comunista colombiano libraba una feroz lucha contra el duranismo y el browderismo. Se decidió entonces apoyar al candidato oficial del liberalismo (Gabriel Turbay) y aconsejar a Gaitán que no dividiera las fuerzas populares y democráticas. Gaitán desoyó el consejo. Los resultados de las elecciones de 1946 mostraron cuán errónea había sido la táctica divisionista: Mariano Ospina Pérez (conservador), 565.939; Gabriel Turbay (liberal, candidato oficial), 441.199; Jorge Eliécer Gaitán (liberal disidente) 358.957. El país está pagando todavía las terribles consecuencias de esta división. Es interesante constatar que José Luis Díaz-Granados, si hemos de creer en la versión que ofrece MVM (p. 96), marxista y amigo de Vidales, tampoco parece entender el contexto histórico y político en que el Partido Comunista (no solamente Luis Vidales) decidió el apoyo a Gabriel Turbay.

15, 16- “Justamente durante el régimen de Laureano Gómez se desató una persecusión política que le costó a Luis Vidales, en 1951, la expulsión de la Universidad Nacional” (p. 96). Dos errores: primero, no se escribe “persecusión” sino persecución; segundo, Luis Vidales fue destituido por el señor Designado Roberto Urdaneta Arbeláez. Si bien Vidales y Laureano Gómez se odiaban, no fue Laureano quien destituyó a Vidales.

17- “Y un año después [o sea en 1952], durante el régimen del general Rojas Pinilla, empezó a sentirse perseguido como funcionario público” (p. 96). Grave error: Gustavo Rojas Pinilla no estaba en el poder en 1952, pues su célebre “golpe de opinión” se realizó el 13 de junio de 1953, y para esas fechas Vidales y su familia ya llevaban varios meses de residencia en Chile, como asilados políticos. Para Rojas Pinilla hubiera sido un poquito difícil perseguir al comunista Vidales en 1952, pues en ese año el general se encontraba en Corea, matando comunistas como jefe del Batallón Colombia y con un grado inferior: Teniente General.

18- “Entonces se le presentó la oportunidad de irse al exilio argentino pero terminó sentando sus reales en Chile porque le ofrecieron [¿qué?] como asesor técnico en la Oficina Nacional de Estadística” (p.96). Omisión de datos esenciales para entender a Luis Vidales. Como jefe de Publicidad y Propaganda de los Censos Nacionales, cumplió a cabalidad su misión hasta la realización del censo de 1953. Solamente entonces renunció a su cargo. El presidente argentino Juan Domingo Perón le había ofrecido asilo y un empleo público, que en principio aceptó. Pero al entrar en territorio chileno con su familia (por Arica, en la frontera con el Perú), recibió un telegrama del presidente chileno Carlos Ibáñez de Campo, en el cual le ofrecía asilo inmediato y un cargo en la Oficina Nacional de Estadísticas. La familia Vidales viajó, pues, a Santiago, y en el aeropuerto esperaban al pie de la escalerilla del avión, los edecanes militares del presidente (al lado derecho) y varios miembros del Comité Central del Partido Comunista chileno (al lado izquierdo). Que los comunistas de más alto rango arriesgaran su seguridad para esperar a Luis Vidales (el PC era entonces ilegal y clandestino en Chile), es un dato muy elocuente y confirma que Vidales era hombre de las más alta confianza del comunismo internacional. Entre los comunistas que esperaban a Vidales en el aeropuerto de Cerrillos se encontraba el ensayista y novelista Volodia Teitelboim, quien había pasado largos meses en un campo de concentración en Pisagua, bajo la vigilancia de un coronel que llegaría a ser muy conocido en el mundo entero: Augusto Pinochet.

19, 20, 21- “En este periplo chileno estrechó su amistad con Pablo Neruda, a quien había conocido en París, y con Salvador Allende. Quizá la cercanía con el mandatario democrático lo llevó a hurgar en la vida de Juan Antonio Ríos, un presidente liberal de quien escribió una extensa biografía, todavía inédita.” (p. 96). Tres errores: primero, Salvador Allende era senador por el Partido Socialista de Chile, y a los parlamentarios no se les da el calificativo de “mandatarios” aunque en rigor hayan recibido un mandato; segundo, Juan Antonio Ríos no fue presidente “liberal” sino miembro y dirigente del Partido Radical, elegido en 1942 presidente de la república por el Frente Popular (socialistas, radicales, comunistas e independientes), precisamente según la estrategia de la Tercera Internacional que ya he mencionado a propósito de la elección de López Pumarejo en Colombia (tanto Ríos como López Pumarejo declararon la guerra contra el Eje); y tercero, Vidales tomó la decisión de escribir la biografía de Ríos, no por la “cercanía” con nadie, sino porque se había abierto un concurso para ello y el poeta exiliado necesitaba el dinero, pues el sueldo era muy bajo y todos los recursos se habían ido en la compra de una vivienda. Vidales ganó el concurso y el dinero, pero las presiones de la familia Alessandri, enemiga de Ríos, impidieron la publicación de la obra, cuyo original inédito se encuentra en mi poder.

22- Hablando de los dos hijos mayores de Vidales, dice: “Carlos y Luz pertenecían al partido socialista y durante el golpe militar a Allende les bombardearon la casa y tuvieron que esconderse en la Embajada de Colombia.” (pp. 96-97) Error. No nos bombardearon la casa, sino el lugar de trabajo, porque trabajábamos en el Palacio Presidencial (La Moneda), con Salvador Allende. Y nos buscaban para fusilarnos.

23, 24- “En estos años [después del exilio chileno] también estrechó Vidales su amistad con la colonia judía y sirvió de traductor para dos libros: Yo vi crecer un país, de Simón Guberek, su amigo y benefactor y Gentes en la Noria, del olvidado escritor Salomón Brainski…” Error y confusión. El libro de relatos Gentes en la Noria, fue presentado por Luis Vidales en el suplemento de El Tiempo, de Bogotá, el domingo 8 de marzo de 1942 (páginas 1 y 2), muchos años antes del exilio chileno del poeta. La obra se publicó en Buenos Aires en 1945 (Editorial Judaica). El libro del polaco-judío Guberek Yo ví crecer un país fue publicado efectivamente en 1974, después del exilio chileno de Vidales. Pero Vidales fue protector de los judíos perseguidos por el nazismo ya en la década de 1930 y en nuestra casa recibieron asilo y hospitalidad muchos de ellos. Por eso mismo, la colonia judía siempre fue generosa con nosotros en los días difíciles de Chile, lo que no nos ha impedido ser críticos ante la política del Estado de Israel. MVM dice que después del exilio chileno de Vidales (o sea después de 1960) eran ”los tiempos de la lucha contra el socialnacionalismo y los miembros del partido comunista se sintieron solidarios con la causa de los judíos perseguidos.” (p. 97). Grave error histórico: el período de la lucha contra el nacionalsocialismo abarca las décadas de 1930 y 1940 principalmente.

25- Viene hablando de la detención de Vidales en 1979 y dice enseguida: “En ese mismo año de 1978 el periodista Isaías Peña Gutiérrez llevó a La Habana para su publicación La Obreríada,” (p. 97). Error de desorden en los apuntes. 1979 no puede ser nunca “ese mismo año de 1978”. La Obreríada, que es en realidad una antología de poemas de diversas épocas, se publicó en La Habana en agosto de 1978 y ya circulaba en Colombia cuando el general Vega Uribe, asesorado por los caballos de la Escuela de Caballería, ordenó el allanamiento y detención contra el poeta.

26- “…un gran critico de arte y un maestro con mucho ascendente entre la juventud.” (p. 98). Error. Querrá decir ascendiente (predominio moral e influencia), porque ascendente es el que asciende, y a Luis Vidales nunca le interesó el alpinismo.

27- “Pero lo cierto es que este comunista convencido hasta la médula disfrutaba de la vida burguesa.” (p. 98). Grave error. No tuvo automóvil ni acciones capitalistas, ni miró nunca las oscilaciones de la Bolsa de Valores, ni tuvo fábricas ni empresas ni empleados ni obreros ni vivió de la plusvalía. Fue austero. Le gustaba el whisky pero bebía del más barato o, lo que era muy frecuente, el que le obsequiaban los amigos. Fumaba cigarrillos ingleses, que costaban lo mismo que mis Lucky Strike. Le gustaba la buena mesa, pero comía en muy pequeñas cantidades. No tuvo jamás casa de campo, ni piscina. Su mayor tesoro fue su biblioteca y, a diferencia de los burgueses, tenía su biblioteca dentro de la cabeza, no solamente en los estantes.

28- “Viajó cuanto quiso por el mundo, su pasión desde joven.” (p. 98). Falso. Nunca viajó por placer. Viajó a estudiar a Francia en 1926. Recorrió Europa como estudiante pobre, buscando conocimientos. Visitó Brasil en misión periodística a mediados de la década de 1940. Viajó a Chile como exiliado y perseguido, en 1953. Viajó a la Unión Soviética y a los países de Europa Oriental con viajes pagados por su Partido, en misiones políticas. Viajó a la China en 1950, para representar a Colombia en el Congreso Mundial por la Paz, con pasajes pagados por su Partido. Viajó a Moscú en 1954 para participar en el Congreso de Escritores Soviéticos, con pasaje pagado por el Partido Comunista de la Unión Soviética. Las únicas vacaciones que se tomó en su vida fueron: una semana en el Golfo de Morrosquillo en 1950; una semana (conmigo) en la Laguna de Tota en 1951; una semana en un pueblo del Valle Central de Chile, en 1959, junto con los hijos menores; y un tratamiento médico de dos meses en Turcmenia o Turkmenistán (no Turmenia) y en el Mar Negro, en la década de 1980, pagado por su Partido.

29- “Lo curioso es que nunca viajó acompañado de su esposa en estos viajes de camaradas.” (p. 99). Inconsecuencia. Antes era “vida burguesa”, ahora son “viajes de camaradas”. Y si son viajes de Partido, no es de ninguna manera curioso que la esposa no lo acompañe. Sin embargo, puedo dar testimonio de que ella nunca quiso ser militante activa del Partido Comunista ni participar de esos viajes, aunque ideológicamente fue siempre solidaria con su compañero.

30- “…incluso se fue al exilio chileno con un buen cargo diplomático, salvoconductos y dinero suficiente.” (p. 99). Falsedad. ¿Cuál cargo diplomático? ¿Quién se lo dio? El supuesto general Rojas Pinilla, que no era general sino teniente general, y que no estaba en el poder cuando Vidales se fue al exilio, a pesar de lo que afirma MVM (p. 96), y por lo tanto no podía hacer al poeta objeto de “persecusión” ni de persecución, y mucho menos darle “un buen cargo diplomático”? La familia Vidales salió de Colombia con los pocos ahorros del poeta y con el dinero que su esposa obtuvo con la venta de su casa de Los Mártires, antigua herencia de su padre, Aristídes Rivera. Todo investigador está obligado a comprobar sus informaciones cuando son del calibre de las que estoy comentando, para evitarse juicios por calumnia, o por lo menos para evitarse el epíteto de pésimo investigador.

31, 32- “Este confeso burgués no pasó pues la afugias del proletariado”. (p. 99). Cita falsa. “Confeso” significa que ha confesado. ¿Cuándo confesó Luis Vidales ser un burgués? Por otra parte, no encuentro la palabra “afugia” en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, ni en el Diccionario Panhispánico de Dudas, ni en el Tesoro de la Lengua Española (69 diccionarios desde 1495 hasta nuestros días) ni en el Corpus del Español (100 millones de entradas desde el siglo XI hasta nuestros días). Aparece 242 veces en internet, siempre en textos colombianos y una vez en un estudio sobre la lengua de Samoa. La única definición (indirecta) encontrada dice: “Agite: colombianismo que significa lo mismo que atafago y es pariente cercano de la afugia y del despelote. Si quiere más detalles, escríbame a olmuser@gmail.com. Con gusto le aclaro el significado.” No me parece, pues, un vocablo destinado a mejorar el nivel de un trabajo universitario, a menos que se trate de un estudio sobre el slang o el argot.

33, 34- “Y aunque sus casas siempre estuvieron decoradas de forma austera y no tuvo mayores apegos materiales, dicen que no se recuperó nunca del robo de su colección de pipas traídas de todo el mundo.” (p. 99). Inconscuencia y falta de rigor. Antes “disfrutaba de la vida burguesa” (p. 98) y era un ”confeso burgués” (p. 99). Ahora resulta que ”no tuvo mayores apegos materiales”. La formulación “dicen que” sin indicar la fuente, es ajena al nivel de un trabajo universitario. La famosa colección de pipas es un mito: Jamás tuvo más de cinco pipas: dos francesas, una italiana y dos inglesas.

35- “Carlos Vidales, el hijo mayor ex-militante del M 19 y residenciado desde 1982 en Suecia” (p. 100). No. Yo estoy “residenciado en Suecia” desde el día 2 de octubre de 1980. La fecha es importante, porque los servicios de “inteligencia” colombianos han querido involucrarme en un crimen cometido en 1981 en Colombia. Les salió el tiro por la culata, porque mi presencia en Suecia está documentada por la misma policía sueca.

36- “La hija mayor, Luz, que también da clases de literatura en la Universidad de Estocolmo…” (p.100). Error. Luz no da clases de literatura en la Universidad de Estocolmo.

38- “… y su nieta favorita Pauline,” (p.100). Error. Se llama Paulette.

39- “Vidales era un hombre extremadamente machista, que ya en algunos de sus escritos de juventud dejaba perfilar cierta misoginia, como cuando comenta que las mujeres solteras constituyen un desperdicio porque su única función en el mundo es la de parir hijos.” (p. 100). Tergiversación. ¿Dónde está la cita exacta? Vidales ironiza sobre la concepción burguesa de la mujer, no está diciendo que esa es su concepción. En cambio dice, textualmente: “Todo el gran misterio de la mujer consiste en que el hombre la cree de naturaleza distinta a la suya” (Suenan Timbres, 2a. ed, Colcultura, 1976, p. 184). Y dice también: “Si comprendiéramos que el hombre sólo se escucha a sí mismo, nos alarmaríamos de la soledad universal” (Ibid., p. 186). Y en el poema “Auto-semblanza”, ironizando sobre la idea burguesa de que las mujeres son simples “jugueticos” que nos dio “El Señor”, le pide a este Señor (irónicamente, porque el poeta es ateo) que le mande uno de esos jugueticos “para hablar de cosas razonables” (Ibid., pp. 104-105). A Vidales le encantaban las mujeres intelectuales y se pasaba horas conversando con ellas sobre temas de filosofía, literatura, historia y cultura en general. En una entrevista de 1990 con José Luis Díaz-Granados, pocos meses antes de su muerte, dijo: “El machismo comenzó cuando inventaron que Dios era hombre”.

40- Hablando la esposa de Luis Vidales dice: “Recién casados, a Paulina, que tenía talento para el piano, le ofrecieron tocar en una emisora, pero él no la dejó porque su lugar era la casa.” (p. 100). Tergiversación y falsedad. Paulina Rivera de Vidales dio clases de piano durante algunos años después de casada. Tuvo una activa vida social. Asociada con su hermana Valentina siguió un curso de mecánica dental y entre las dos arreglaron las dentaduras de todas las monjitas del Colegio de la Enseñanza, dejándolas con unas radiantes sonrisas de caballo y ganando, de paso, una pequeña fortuna. Estudió repujado del cuero con los Hermanos Maristas y además de hacer ella misma el suntuoso juego de comedor de nuestra casa, con reproducciones repujadas de Picasso y de Mattisse, hizo muebles igualmente magníficos para otros clientes de dinero. También en sociedad con Valentina modeló, durante años, bellas y diminutas muñequitas de algodón para usar como prendedores, que se vendían muy bien en los almacenes elegantes de Bogotá. En Chile participó en cursos de artesanía en textiles y en cerámica, hizo arreglos florales, practicó el yoga. Salía con mucha frecuencia de la casa, iba al cine con las amigas o las hermanas, asistía a conciertos, visitaba museos y exposiciones. Hizo sola dos viajes a la Argentina y Uruguay, y en compañía de una amiga realizó un largo viaje por Europa (España, Francia, Italia, Austria, Checoslovaquia, Polonia, Hungría). Fue cómplice de los hijos menores en sus artesanías de cerámica, sus pinturas, sus textiles. Escribió algunos cuentos (dos de los cuales se publicaron en Chile). Mientras vivimos en Colombia, antes del exilio chileno, tuvimos siempre empleadas domésticas y mi madre nunca tuvo que preparar comidas o hacer limpiezas. Durante el exilio chileno fuimos mi hermana mayor y yo quienes nos ocupamos de la mayoría de los quehaceres domésticos. Mi madre era inteligente, culta y completamente fiel a mi padre, pero de ninguna manera tenía un “temperamento tranquilo y resignado”, y definitivamente no pensaba que “su lugar era la casa”.

41, 42- “Aunque se declaraba un enamorado de las mujeres, y tuvo muchas amigas en su vida, prefería fantasear con ellas. Siempre fiel a la causa, se dice que no tuvo amantes porque el comunismo sólo toleraba la monogamia y tampoco aprobaba las separaciones y divorcios.” (p. 101). Falsedad y tergiversación. No prefería “fantasear”, prefería hablar con ellas de cosas razonables, porque se negaba a ver a la mujer como un simple objeto sexual, las quería como interlocutoras, con su propio cerebro y su propia personalidad. No tuvo amantes porque era monógamo, de la misma manera natural en que lo son los leones o los halcones, y de la misma manera natural en que otros hombres son polígamos. Por eso, a diferencia de esos hombres, Vidales tuvo verdaderas amigas, fenómeno que no cabe en el cerebro de muchos colombianos.

43- “A los que sí adoraba era a los animales, especialmente a los gatos y a su perrita pequinesa.” (p. 101). Error. No era perrita, era perrito y se llamaba Yuri.

44- “Igual admiraba a Maquiavelo, cuyos maquiavélicos principios exaltó en un extenso ensayo.” (p. 101). Insinuación mañosa. ¿Cuáles son esos maquiavélicos principios que Vidales exaltó? ¿Qué dijo Vidales en su “Defensa de Maquiavelo” (Notas para un juicio, Revista de las Indias, No. 8, agosto de 1939, pp. 30–52)? MVM omite esta información y deja al lector a merced de sus propios prejuicios contra Maquiavelo, el genio político más satanizado en la historia de Occidente. Lo que Vidales hace es, precisamente, intentar demostrar que esos prejuicios antimaquiavélicos son infundados, irracionales, monacales, clericales. En un suplemento dominical de El Tiempo (23 de junio de 1940), se publicó otro ensayo de Vidales titulado “De Nicolás maquiavelo a los Dictadores Totalitarios”. En él dice: “Maquiavelo surge hoy en todo el señorío de su pensamiento, como el mayor racionalista de una era que todavía conservaba en sus entrañas la ausencia de espíritu crítico de la Edad Media”. Y comentando la obra del genio florentino, dice que es “el análisis histórico más desprovisto de prejuicios que se haya conocido”. Luis Vidales es el primer pensador colombiano que llama la atención sobre la revolución intelectual que Maquiavelo encarna, como ideólogo del racionalismo científico frente al dogmatismo medieval, es decir, como el pensador que proclama que el arte de la política es el resultado de un proceso intelectual, de cálculos racionales, no el fruto de los caprichos de algún Dios. Por esos mismos años, el genio admirable de Antonio Gramsci escribía lo mismo en sus cuadernos de la cárcel, y se da el caso de que Vidales, en la aldea monacal y cretina de Bogotá, coincidía con Gramsci sin haber tenido la posibilidad de comunicarse con él (los textos gramscianos se publicaron recién en 1949, bajo el título Note sul Machiavelli, sulla politica e sullo Stato moderno, por la ed. Einaudi). Colombia debería sentirse orgullosa de haber parido un intelectual como Luis Vidales, en lugar de seguir arropando prejuicios mezquinos bajo las sotanas de los curas.

45- “Otra de sus grandes contradicciones la encontramos en el prólogo que escribió del libro Los Años veinte en Colombia, de Carlos Uribe Celis (1985). En su análisis se aprecia la enorme importancia que concedió Vidales, como estudioso de la ciencia económica, a la Misión Kemmerer, de 1923, que para él fue el punto de partida de la transformación del país de la etapa pastoril del siglo XIX al XX. Considera Vidales que los dos cambios dramáticos del siglo fueron esta misión y el Frente Nacional en 1958, lo que resulta paradójico, dada su postura de izquierda. No hay que olvidar que la misión Kemmerer, que aconsejó la creación de un banco estatal para la emisión monetaria, también fue duramente criticada por su orientación capitalista.” (p. 102). MVM muestra aquí una incomprensión absoluta de las categorías marxistas. Los marxistas apoyan el desarrollo capitalista contra el feudalismo y la sociedad semicolonial, y apoyan al socialismo contra el capitalismo. La misión Kemmerer impulsó el país hacia adelante, en contra de la Colombia semifeudal y semicolonial, y creó las condiciones para el desarrollo de un proletariado moderno, sin el cual no hay revolución socialista posible (al menos, según la ecuación de la Tercera Internacional).

46- “A León de Greiff a veces lo criticaba fuertemente y otras lo admiraba.” (p. 102). Confusión. Lo quería y lo admiraba como amigo leal y sincero. Pero no compartía sus criterios poéticos.

47- “Al periodista Osorio Lizarazo siempre lo consideró un resentido social y no le perdonó su colaboración con la dictadura de Trujillo, aunque fue muy generoso en sus juicios críticos sobre la novela Casa de vecindad.” (p. 102). Lo uno no impide lo otro, aquí no hay ninguna contradicción. Osorio Lizarazo era un buen escritor. Vidales fue también muy generoso cuando Osorio Lizarazo llegó a Chile, huyendo de Trujillo, después de haber sido su lacayo. Mi padre me lo explicó así: “A un desterrado hay que darle la oportunidad de que se redima de sus errores pasados y aliviarle su tragedia, porque el destierro es un infierno”. Y de verdad, Osorio Lizarazo sufría un verdadero infierno de vergüenza, rechazado por todos, aislado y en la pobreza.

Conclusión

Cuarenta y siete errores, omisiones e inconsecuencias en un texto de setenta párrafos, nos dan la bonita cifra promedio de un error por cada párrafo y medio (1,489). Por lo menos cinco de esos errores son muy graves, especialmente las omisiones del contexto histórico, político y social. Muy significativo es el hecho de que solamente uno de los cuarenta y siete errores puede considerarse “en beneficio” de Luis Vidales (cuando dice que el poeta fue estalinista “en su momento”). La norma del artículo es que los errores, omisiones e inconsecuencias están claramente parcializados en perjuicio del poeta.

La autora confunde presidentes, años y lugares. Da el título de general a un presidente civil, trata a una de las más ilustres figuras históricas del liberalismo como si fueran dos personas, ignora la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, hace afirmaciones sobre la vida íntima de las personas con la formulación “dicen que…” y sin citar fuentes, no sabe distinguir entre el cronista Tejada y el dibujante Rendón, sostiene que Vidales salió al exilio perseguido y al mismo tiempo “con un buen cargo diplomático”, afirma que Vidales era un confeso burgués que “disfrutaba de la vida burguesa”, y acto seguido informa que “no tuvo mayores apegos materiales”, confunde “fugaz” con “rápido”, “marginación” con “disidencia” y “ascendiente” con “ascendente”, ignora la diferencia entre la amistad y los principios, y no puede distinguir entre la estimación personal y el juicio literario crítico. Por tales razones, siempre estará condenada a considerar como una contradicción “sonora” (¿querrá decir “clamorosa”?) el hecho de que un marxista vote por convicción ideológica y táctica política, y no por amistad; y tampoco podrá entender jamás que admire y quiera a un amigo, aunque al mismo tiempo critique su literatura o su poesía. En suma, lo que el artículo pone de manifiesto no son las debilidades o inconsecuencias de Luis Vidales, sino las de la autora del texto.

Carlos Vidales