jueves, enero 18, 2007

NTC ... 254. Enero 18, 2.007 . Anño 7

NTC ... 254
N
os Topamos Con ...
Año 7. Enero 18, 2.007
ntc@andinet.com , ntcgra@gmail.com


CONTENIDO
TEXTO ESPECIAL Y EXCLUSIVO PARA NTC ...
1.- El maletín de mi padre. Palabras de Orhan Pamuk ante la Academia Sueca, con ocasión de habérsele otorgado el Premio Nobel de Literatura. Estocolmo, Diciembre 7 de 2006. Versión en español de Carlos Vidales. SEGUNDA Y ULTIMA PARTE.
2.- Los paisajes del Bósforo de MELLING. Capítulo 7 del libro "ESTAMBUL. Ciudad y recuerdos" de O. Pamuk. (pág.81). El libro está dedicado a su padre Gündüz Pamuk (1.925-2.002)
3.- “CULTURA, PARAPOLITICA Y SOCIEDAD” . Por Humberto Vélez Ramírez. Atisbos analíticos No. 74. Texto exclusivo.

4.- "Cien años de soledad" (1.967). 40 años ...

5.- SARAMAGO nos cuenta su infancia en su nuevo libro "Las pequeñas memorias"

6.- ", ... él ( Héctor Fabio Rojas Herrera) creía que como policía podía cambiar el mundo, ..."

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La familia Pamuk

El padre Gündüz (1925-2002), la madre, el hermano mayor y Orhan

Fragmentos de fotos que aparecen en el libro "Estambul". Editó NTC ... . Las otras fotos que aparecen en medio del texto también se tomaron del mismo libro.

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Orhan Pamuk, recibiendo el Nobel, Diciembre 7, 2.006

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1.- El maletín de mi padre (Segunda y última parte) **

Palabras de Orhan Pamuk ante la Academia Sueca, con ocasión de habérsele otorgado el Premio Nobel de Literatura. Estocolmo, Diciembre 7 de 2006.

Versión en español*: Carlos Vidales** (Foto a la derecha)
Colaboración especial para NTC ... que agradecemos.
*SEGUNDA Y ULTIMA PARTE
*Esta versión ha sido elaborada sobre la base de las traduccionesdel turco al sueco (Claire B. Kaustell), del turco al francés (Gilles Authier)y del turco al inglés (Maureen Freely) publicadas en la página electrónica oficial del Premio Nobel: http://nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/2006/pamuk-lecture.html
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carlos@bredband.net , http://hem.bredband.net/rivvid/carlos/delirium.htm#tope


. ... (viene de la primera parte publicada en NTC ... 253 http://ntcblog.blogspot.com/2007_01_07_archive.html )
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En cuanto a mi lugar en el mundo, mi sentimiento fundamental, tanto en la vida como en la literatura, era el de “no estar en el centro”. En el centro del mundo había una vida más rica y más atractiva que la nuestra y, como todos los habitantes de Estambul y de toda Turquía, estábamos excluidos de ella. Hoy me imagino que yo compartía este sentimiento con la mayoría de los habitantes del mundo. Del mismo modo, había una literatura mundial cuyo centro se hallaba muy lejos de mí. En realidad yo pensaba más en la literatura occidental que en la literatura universal; pero nosotros, los turcos, estábamos también fuera de ella. La biblioteca de mi padre lo confirmaba. De una parte, contenía libros y literatura de Estambul, nuestro mundo local, con la rica diversidad de detalles que amo y nunca he podido dejar de amar, y de otra parte estaban los libros del mundo occidental que en nada se parecía al nuestro, diferencia que para nosotros era tan dolorosa como inspiradora de esperanzas. Escribir y leer era como dejar un mundo para encontrar el consuelo en la realidad extraña, singular y fantástica del otro mundo. Yo sentía que mi padre también había leído novelas para escapar de su vida y huir hacia Occidente, tal como yo lo haría más tarde. O bien, tal vez me parecía por esos días que esos libros eran el medio de que nos servíamos como una cura contra nuestro sentimiento de inferioridad cultural. No solamente la lectura, también el acto de escribir era el pasaje que nos permitía viajar de nuestra vida en Estambul a Occidente y participar un poco de ese mundo. Mi padre había viajado a París para poder llenar la mayoría de sus cuadernos, se había encerrado en el silencio de su habitación de hotel y después había regresado con sus escritos a Turquía. Yo sentía que esto me causaba desasosiego e inquietud cuando fijaba la mirada en el maletín de mi padre. Después de mis veinticinco años de aislamiento en mi estudio para realizarme como escritor en Turquía, la vista de ese maletín me producía irritación por el hecho de que el oficio del escritor, este ejercicio de escribir libre y sinceramente lo que hay en nuestro mundo interior, tenía que ser una ocupación que se realiza en secreto, fuera de las miradas de la sociedad, del estado y de la nación. Quizás esta era la principal razón por la cual yo me sentía enfadado con mi padre, por no haber tomado la literatura tan en serio como yo lo hacía.
En realidad, yo estaba irritado con mi padre porque él no había llevado una vida como la mía, porque él había evitado siempre hasta el más mínimo conflicto, independientemente de cuál fuera el asunto, porque él había vivido sonriendo, feliz, entre sus amigos y sus seres amados. Pero en algún lugar de mi conciencia yo sabía que también podría decir que estaba “envidioso” en lugar de “enojado”, que tal vez esa era una palabra más correcta, y eso también me inquietaba. Y entonces, cuando me preguntaba a mí mismo con mi voz siempre rencorosa y poco razonable: “¿Qué es la felicidad?” ¿Es felicidad vivir sentado solo en un cuarto y creer que se vive una vida intelectualmente profunda? ¿O es felicidad llevar una vida agradable en sociedad, creyendo las mismas cosas que todos los demás creen, o simulando creerlas? ¿Es felicidad, o infelicidad, pasar la vida escribiendo en secreto en un lugar donde nadie puede verlo a uno, y aparentando en público estar en armonía con todos a su alrededor? Eran preguntas muy molestas y extremadamente irritantes para mí. Por otra parte, ¿de dónde había sacado yo esta idea de que la felicidad era el criterio de una buena vida? La gente, los periódicos, todo el mundo actuaba como si la más importante medida de la vida fuera la felicidad. ¿Esto solo no sugiere que valdría la pena tratar de averiguar si lo contrario es verdad? ¿Qué tan hondamente conocía yo a mi padre, a él, que se había alejado de nosotros, de su familia, hasta dónde podía yo decir que comprendía su inquietud profunda?

Estos fueron los impulsos que finalmente me hicieron abrir el maletín de mi padre. ¿Acaso había en su vida un secreto, una infelicidad que yo desconocía, algo que él solo pudo hacer soportable vertiéndolo en sus escritos? En cuanto abrí el maletín evoqué aquellos olores traídos en su viajes, reconocí varios cuadernos y recordé que mi padre me los había mostrado muchos años antes, sin otorgarles mayor importancia. La mayoría de los cuadernos que yo ahora hojeaba, uno tras otro, habían sido escritos cuando mi padre, joven todavía, nos había dejado y se había ido a París. Como siempre me ocurría con respecto a otros escritores que admiraba, cuyas obras y biografías había leído y conocía, yo deseaba saber lo que el autor de estos textos había escrito y lo que pensaba cuando tenía la misma edad mía. Muy pronto comprendí que ahí no iba a encontrar nada de eso. Además, me produjo gran inquietud encontrar, aquí y allá, una voz de narrador que, pensaba yo, no era la voz de mi padre, no era auténtica o por lo menos no pertenecía a la persona que yo conocía como mi padre. Un miedo intenso se despertó entonces en mí, más fuerte aun que la inquietante circunstancia de que mi padre, cuando escribía, pudiera no haber sido mi padre. El miedo profundo, íntimo, de no lograr ser auténtico, había crecido por encima de mis temores de que los escritos de mi padre no fueran buenos o de constatar, incluso, que él estaba excesivamente influenciado por otros escritores; y este miedo se iba transformando en una crisis de identidad como aquella tan profunda que en mis años juveniles me había obligado a revisar a fondo toda mi existencia, mi vida, mi voluntad de escribir y mi propia producción literaria. Durante mis primeros diez años como novelista yo sentía estos temores más intensamente, me esforzaba por luchar contra ellos y a veces me aterraba la idea de que un día, así como había abandonado la pintura, esta angustia terminaría por doblegarme y yo dejaría de escribir novelas.


Ya he mencionado los dos sentimientos esenciales que me invadieron cuando yo cerré y guardé el maletín de mi padre: la sensación de vivir en la periferia, lejos del centro, y la angustia de carecer de autenticidad. Esta no era ciertamente la primera vez que yo experimentaba tan hondamente estos estados de ánimo. Durante años, en mis lecturas y mi escritura, yo había estado estudiando e investigando en mi escritorio, descubriendo, ahondando en estas emociones, en toda su amplitud y sus inesperadas consecuencias, sus interconexiones, sus causas y sus variados matices. Ciertamente mi ánimo había sido sacudido muchas veces, especialmente en mi juventud, por las confusiones, las susceptibililidades y los momentos de tristeza indefinible con que la vida y los libros me afligían. Pero fue solamente escribiendo libros que llegué a comprender a fondo la angustia de la autenticidad (como en Mi Nombre es Rojo y El Libro Negro) y el sentimiento de vivir en la periferia (como en Nieve y en Estambul). Para mí, ser un escritor significa observar con atención las heridas que llevamos dentro, sobre todo las heridas secretas de las que no sabemos nada o casi nada, descubrirlas con paciencia, estudiarlas y sacarlas a la luz para luego asumirlas y hacer de ellas una parte conciente de nuestra escritura y nuestra identidad.
Ser escritor es hablar de cosas que todos conocen sin saberlo. Descubrir este conocimiento, desarrollarlo y compartirlo, ofrece al lector el placer del asombro en el recorrido de un mundo que le es familiar. El mismo placer sentimos, sin duda, en el arte de expresar fielmente por escrito lo que sabemos de la realidad. Un escritor que durante largos años, encerrado en el silencio de su estudio, ha perfeccionado su arte y ha iniciado la creación de su mundo comenzando por sus propias heridas secretas, posee, conciente o inconcientemente, una confianza profunda en la humanidad. Siempre he albergado en mí la confianza en que los otros tienen heridas como las mías y que esta circunstancia ha de conducir al convencimiento de que todos los seres humanos nos parecemos. Todos los logros genuinos de la literatura se construyen a partir de esta esperanzadora certeza, de este optimismo infantil, de que todos los seres humanos somos parecidos. Y esta humanidad en un mundo sin centro, es lo que el escritor que ha trabajado en el aislamiento durante años aspira a alcanzar.
Pero como se puede deducir del maletín de mi padre y de los pálidos colores de nuestras vidas en Estambul, el mundo tenía un centro en algún lugar, muy lejos de nosotros. En mis libros he descrito, con cierto detalle, de qué modo este hecho básico produjo un sentimiento chejoviano de provincialidad y cómo, de otro lado, me llevó a interrogarme sobre mi autenticidad. Sé por experiencia que la gran mayoría de la población mundial vive bajo el peso de estos mismos sentimientos y que muchos sufren tensiones todavía más desgastadoras y destructivas, como la falta de confianza en sí mismos o el temor de ser sometidos a la humillación. Sí, los principales problemas de la humanidad son todavía la pobreza, el hambre, la falta de vivienda... Pero hoy los canales de televisión y los periódicos nos informan sobre estos problemas fundamentales de un modo más rápido y sencillo que la literatura. Lo que la literatura debe describir y explorar hoy son las preocupaciones principales de la persona humana: el miedo a la exclusión, a sentirse insignificante, y los sentimientos de inutilidad que se derivan de esos temores, el orgullo herido de sociedades enteras, la vulnerabilidad, la angustia de ser objeto de desprecio, todas las formas de la cólera, los desaires, los agravios, las susceptibilidades, las infinitas afrentas imaginarias y sus hermanas, las jactancias nacionalistas, el engreimiento y la arrogancia… Semejantes monstruos de la imaginación, que casi siempre se expresan con un lenguaje irracional y exageradamente apasionado, salen a mi encuentro cada vez que me asomo a la zona oscura de mi mundo interior. A menudo somos testigos de cómo las grandes muchedumbres, sociedades y naciones del mundo no occidental, con las cuales yo puedo identificarme fácilmente, caen en las garras del temor que los conduce a cometer actos insensatos a causa de su vulnerabilidad y de su angustia por temor a ser sometidos a la humillación. También sé que en el mundo occidental, con el cual puedo identificarme con la misma facilidad, existen estados y naciones imbuídos de un exagerado orgullo por haber producido el Renacimiento, la Ilustración y la Modernidad, y que en ocasiones caen en una arrogancia que también conduce a la insensatez.

Así pues, no solamente mi padre, sino todos nosotros, sobreestimamos la idea de que el mundo tiene un centro. Sin embargo, lo que nos mantiene durante años encerrados en un estudio para escribir, es la confianza contraria; es la creencia de que un día nuestros escritos serán leídos y entendidos, porque los seres humanos de todas las regiones del mundo somos semejantes. Pero yo sé por mí mismo y por lo que mi padre ha escrito, que este es un optimismo cargado de inquietud, lacerado por la cólera de la marginación y la exclusión. Muchas veces he sentido íntimamente la pasión de amor y odio que Dostoievsky sintió hacia Occidente durante toda su vida. Pero de él aprendí algo esencial, pues encontré la verdadera fuente del optimismo en el mundo diferente, extraordinario, que el gran escritor construyó a partir de su relación de amor‑odio y más allá de sus límites.

Todos los escritores que han consagrado sus vidas a esta tarea conocen esta verdad: cualquiera que sea el motivo original que nos ha impulsado a escribir, el mundo que construimos durante años y años de escritura esperanzada, toma finalmente forma en un lugar diferente. Desde el escritorio ante el cual nos sentamos a trabajar bajo el influjo de la amargura o de la cólera, vamos hallando el sendero hacia un mundo interior totalmente distinto, más allá de todas esas furias y congojas. ¿Podría mi padre haber alcanzado, él mismo, ese mundo interior? Ese mundo que nos da la sensación de haber vivido un milagro, como cuando, después de una larga travesía por mar, se diluye la niebla y una isla emerge ante nuestros ojos con todo el esplendor de sus colores. O bien, tal vez sentimos el impacto de la misma fascinación que experimentan los viajeros occidentales cuando sus navíos se aproximan a Estambul y la ciudad surge a su vista al disiparse la niebla del amanecer. Al final del largo viaje, iniciado con esperanza y curiosidad, aparece ante ellos una ciudad, un mundo entero con sus mezquitas, sus alminares, sus casas, sus calles empinadas, sus colinas, sus puentes. Como un lector impaciente que se pierde entre las páginas del libro, el viajero quiere entrar inmediatamente en este mundo que se abre ante sus ojos y fundirse en él. Así, nos hemos sentado ante una mesa sintiéndonos provincianos, excluidos, marginados, enojados o profundamente acongojados, y hemos descubierto un nuevo mundo interior que nos hace olvidar esos sentimientos.

Contrariamente a lo que yo sentía en mi infancia y en mi juventud, para mí, ahora, el centro del mundo es Estambul. No solamente porque yo he vivido allí toda mi vida, sino porque durante los últimos treinta y tres años, identificándome completamente con la ciudad, he estado describiendo en mis narraciones sus calles, sus puentes, sus gentes, sus perros, sus casas, sus mezquitas, sus fuentes, sus héroes asombrosos, sus tiendas, sus personajes famosos, sus gentes humildes, sus recovecos oscuros, sus días y sus noches. A partir de cierto momento, este mundo que he imaginado se libera, escapa de mi control y deviene más real que la ciudad en la cual vivo. Entonces parece que todas esas gentes y calles, esos objetos y edificios, comienzan a hablar los unos con los otros y a construir entre ellos relaciones recíprocas y viven sus propias vidas fuera de mi imaginación y de mis libros. Este mundo que yo había creado, imaginándomelo pacientemente, como quien cava un pozo con una aguja, parece entonces, para mí, más real que todo lo demás.

Tal vez mi padre también había conocido esta felicidad reservada a los escritores que han dedicado tantos años a su oficio; y yo me decía que debía liberarme de todo prejuicio y mirar el contenido de su maletín. Después de todo, él nunca fue un padre imperativo, rígido, represivo o castigador, sino un padre que siempre me dio libertad y siempre me trató con sumo respeto, por lo cual yo le guardaba gratitud. A diferencia de muchos amigos de mi infancia y compañeros de mi juventud, jamás tuve miedo de mi padre y a veces creí que esta era la causa de que mi imaginación pudiera funcionar libremente, con desenfreno infantil, y en ocasiones pensé sinceramente que podía llegar a ser un escritor porque mi padre quiso convertirse él mismo en escritor en su juventud. Debía leerlo con buena voluntad y comprender lo que había escrito en esas habitaciones de hotel.

Con estos pensamientos optimistas abrí el maletín que había permanecido varios días allí donde mi padre lo había dejado; usando toda mi fuerza de voluntad, leí algunos manuscritos y cuadernos. ¿Qué había escrito mi padre? Recuerdo ahora algunas descripciones de hoteles parisienses, algunos poemas, paradojas, reflexiones… Me siento ahora como alguien que, después de un accidente de tráfico, solamente tiene recuerdos fragmentarios se esfuerza por reconstruir lo sucedido pero no quiere recordar demasiado.

Cuando yo era niño y mi padre y madre estaban a punto de iniciar una disputa, cuando reinaba entre ellos un silencio mortal y ninguno de los dos pronunciaba una sola palabra, mi padre encendía la radio para aliviar la tensión de los ánimos y la música nos ayudaba a olvidarnos más rápidamente de todo el incidente. Permítanme cambiar de tema y decir unas palabras ligeras que cumplan la función de esa música. Como ustedes saben, la pregunta que los escritores debemos responder con más frecuencia, es: “¿Por qué escribe usted?” ¡Escribo porque quiero hacerlo, con toda el alma! Escribo porque a diferencia de otros, no me siento a gusto con un trabajo común y corriente. Escribo para que libros como los míos sean escritos y para poderlos leer. Escribo porque estoy molesto con ustedes, con todo el mundo. Escribo porque me complace enormemente sentarme en un cuarto a escribir sin descanso. Escribo porque solamente modificando la realidad puedo soportarla. Escribo para que el mundo entero sepa cómo yo, cómo nosotros en Estambul y en Turquía hemos vivido y vivimos. Escribo porque amo el olor del papel, de la pluma y de la tinta. Escribo porque creo más en la literatura, en el arte de la novela, que en cualquier otra cosa. Escribo porque es un hábito, una pasión. Escribo porque tengo miedo de ser olvidado. Escribo porque me gusta la celebridad y toda la notoriedad que el escribir conlleva. Escribo para estar solo. Escribo en la esperanza de entender por qué estoy furioso con ustedes, con todos. Escribo porque me gusta ser leído. Escribo para terminar de una vez por todas esta novela, este texto, esta página que en algún momento comencé a escribir. Escribo porque todos esperan que escriba. Escribo porque tengo una fe infantil en la inmortalidad de las bibliotecas y en el lugar que mis libros tendrán en los estantes. Escribo porque la vida, el mundo, todo es increíblemente bello y maravilloso. Escribo porque gozo traduciendo en palabras toda la belleza y la opulencia de la vida. Escribo, no para contar historias sino para construir historias. Escribo para liberarme del sentimiento de que siempre existe un lugar al que –como en una pesadilla– jamás podré llegar. Escribo porque nunca he conseguido ser feliz. Escribo para ser feliz.

Una semana después de que mi padre vino a mi estudio y me dejó su maletín, volvió a hacerme otra visita. Trajo, como siempre, una barra de chocolate (había olvidado que yo tenía 48 años). Como era nuestra costumbre, charlamos alegremente sobre la vida, la política y los chismes familiares. En algún momento los ojos de mi padre se dirigieron al rincón donde había dejado su maletín y notó que yo lo había movido de allí. Nuestras miradas se cruzaron. Se produjo un silencio embarazoso.Yo no le dije que había abierto el maletín y que había intentado leer sus escritos. Rehuí su mirada. Pero él entendió. Así mismo yo comprendí que él había entendido. Y él entendió que yo había entendido que él había entendido. Pero todo este intercambio de comprensiones recíprocas solo duró unos segundos. Porque mi padre era un hombre seguro de sí mismo, despreocupado y feliz; como de costumbre, se echó a reír. Y como siempre lo había hecho cuando salía de la casa, también esta vez me dijo, con tono paternal, algunas palabras amables y alentadoras.

Al verlo salir sentí, como de costumbre, envidia de su felicidad y de su comportamiento sin tristezas ni preocupaciones. Pero recuerdo también que ese día sentí un íntimo estremecimiento de avergonzada alegría. Yo podía no ser tan despreocupado como él; yo podía no haber vivido una vida feliz y sin tristezas, como él; pero yo había desagraviado, le había hecho justicia al arte de escribir, y este sentimiento, bueno, ustedes entienden ... Yo estaba avergonzado de sentir estas cosas con respecto a mi padre. Además mi padre, lejos de ser una figura central y represiva en mi vida, me había dejado siempre en completa libertad. Todo esto nos debe recordar que el arte de escribir y la literatura están íntimamente ligadas a alguna carencia central en torno a la cual gira nuestra vida, a sentimientos de felicidad y de culpa.

Pero mi historia tiene otra parte, que yo recordé inmediatamente ese día, y cuya simetría me produjo un sentimiento de culpa aun más profundo. Veintitrés años antes de que mi padre me dejara su maletín y cuatro años después de que yo tomara la decisión de convertirme en escritor y abandonar todo lo demás, a la edad de veintidós, me encerré en en un cuarto y terminé mi primera novela, Cevdet Bey y sus hijos. Con las manos temblorosas entregué el texto mecanografiado de la novela inédita a mi padre y le pedí que la leyera y me diera su opinión. Su aprobación era importante para mí, no solamente porque yo confiaba en su inteligencia y en su gusto literario, sino también porque él, a diferencia de mi madre, no se había opuesto a mis planes de convertirme en escritor. Por aquel tiempo mi padre no estaba con nosotros. Esperé con impaciencia su retorno. Cuando llegó, dos semanas más tarde, corrí a abrirle la puerta. Mi padre no dijo nada, pero me abrazó de manera tan especial que yo comprendí de inmediato: mi libro le había gustado mucho. Durante un rato nos sumergimos en esa forma de silencio embarazoso que con frecuencia acompaña momentos de gran emoción. Luego, cuando nos tranquilizamos y comenzamos a hablar, mi padre expresó, con enorme entusiasmo y exaltadas palabras, su confianza en mí y en mi primer libro, y luego me dijo, como al pasar, que algún día yo ganaría el premio que ahora, con mucha alegría, he venido a recibir.

No dijo esto por convicción, ni para marcar este premio como una meta hacia la cual deberían dirigirse los esfuerzos del escritor; lo dijo como un padre turco que, para apoyar y estimular a su hijo, le dice: “¡Un día serás un pachá!” Y durante años repitió esas palabras cada vez que nos encontrábamos, para infundirme ánimo y confianza.

Mi padre murió en diciembre de 2002.

Honorables miembros de la Academia Sueca, que me habéis otorgado este gran premio y este honor, y distinguidos invitados: yo habría querido que mi padre pudiera estar hoy entre nosotros.
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2.- Los paisajes del Bósforo de MELLING.* Capítulo 7 del libro "ESTAMBUL. Ciudad y recuerdos" de O. Pamuk. (pág.81). El libro está dedicado a su padre Gündüz Pamuk (1.925-2.002).
* ANTOINE-IGNACE MELLING (1763-1831)
"Voyage pittoresque de Constantinople et des rives du Bosphore" that was first published in fascicles between 1809 and 1819. http://www.iht.com/articles/2006/12/22/opinion/melik23.php

"Sobre Estambul han escrito y pintado muchos viajeros, Pamuk, menciona a Flaubert, (francés, autor de Madame Bovary) en 1850, quien quedó impresionado por “las multitudes que poblaban la ciudad y por su heterogeneidad”, y dijo creer que “Constantinopla sería la capital del mundo cien años más tarde”. Los grabados de Antonine-Ignace Melling en 1763, alemán con sangre italiano-francesa, que capturan con esencia poética, las escenas y el paisaje estambulí. El poeta francés Nerval en su paso en 1843 ve “el negro sol de la melancolía”, mientras Théophile Gautier, su amigo, en 1853 percibe el paisaje de la ciudad como si fuera “un decorado teatral que necesita cierta luz y un cierto ángulo de visión”, ambos fueron los primeros en descubrir de la ciudad esa sensación de “amargura inevitable”." http://www.elnuevodiario.com.ni/2006/12/09/suplemento/nuevoamanecer/4273
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Copias de las pinturas de Melling, en blanco y negro, como las dos que presentamos más adelante fueron incluídas por Pamuk en su libro "ESTAMBUL". Otra gran cantidad de fotos familiares y de la ciudad también se incluyen. (clic sobre las imágenes para ampliarlas)

Fuente de las fotos de las pinturas:
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3.- “CULTURA, PARAPOLITICA Y SOCIEDAD”
Atisbos Analíticos No. 74 Santiago de Cali, enero 2007,
Por HUMBERTO VELEZ R., hvr@coldecon.net.co , Profesor del Programa de Estudios Políticos y Resolución de Conflictos, Univalle, IEP; ECOPAIS, Fundación

Tras dificultades técnico-políticas enormes sufridas en los últimos tres meses del 2006, montadas quizá por los discrepantes de los Atisbos Analíticos con el ánimo de desalentar, volvemos a aparecer en este primer mes del 2007. Los Atisbos continuarán siendo el eje de un espacio virtual más amplio, que hemos denominado Pensamiento Crítico Virtual, PCV http://ecopais-atisbos.blogspot.com/ . Si los dioses de la tierra nos lo permiten, pues los de los cielos nada nos han criticado al respecto, su director, coadyuvado siempre por Gabriel Ruiz de NTC ... , por el estudiante promisorio Nelson Andrés Hernández, por el teórica, intelectual, humana y políticamente coherente Oscar Delgado y por el Equipo de estudiantes “Univalle Polis”, seguiremos adelante buscándole a toda hora la comba de emancipación humana a este universo social humano llamado tierra. Por algo PCV, EN SU PRIMER PERÍODO, TUVO COMO EJE CENTRAL LA CUESTIÓN DEL SOCIALISMO EN AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XXI.
En esta sociedad de clases y de ciudadanos somos anticapitalistas pero también demócratas en la tradición rusoniana y, por eso, no olvidamos nuestro sentimiento e imaginario de igualdad jurídico-política dada nuestra condición de sujetos iguales, que también reivindicamos.
Ora mediados; ora más abiertos; ora desesperados han sido los esfuerzos que, entre el final del 2006 y enero del 2007, ha venido desplegando la dirigencia hegemónica- uso este término en su acepción gramsciana- buscando trasladar a un segundo plano el fenómeno de la parapolítica y, sobre todo y ante todo, el de su tremendo impacto sobre la re-configuración estructural y funcional de la sociedad colombiana. Ha sido así como, por ejemplo, periodísticamente se ha posicionado el más lúcido e importante intelectual de una de las versiones de le neo-derecha colombiana. Me estoy refiriendo a un manizaleño casi paisano. Yo nací a solo veinte kilómetros en la cuna de sus abuelos, en la entonces conservadora-godorra Neira. Me estoy refiriendo al inteligente e “invercorsomal y moralmente” casi inconmovible Fernando Londoño Hoyos. En estas primeras semanas de enero, apelando a su tenaz dialéctica- en la que, por lo general, muy hegelianamente privilegia las ideas abstractas en detrimento de la dialéctica teoría-hechos-teoría- cada mañana nos ha venido machacando una idea: Que el enredo penal de la dirección del Banco de Colombia, así como el evento de Jamundí, son cuestiones más importantes y preocupantes que el asunto de LA PARAPOLÍTICA.
En marzo del 2005, al finalizar el libro SECUESTRO, advertí: "Miles de colombianos no son paramilitares armados, aunque culturalmente son paras. Han asumido la cultura paramilitar como referente simbólico de una estrategia de reorganización institucional del país. Reorganización enhebrada desde la vida municipal, veredal y familiar. Es decir, desde los fundamentos institucionales mismos de la vida colectiva. Entonces, ¿hacia dónde va esta sociedad?"
Precisemos, entonces, qué es lo que en la actualidad los académicos podemos entender por Cultura. Con esta noción no nos estamos refiriendo a la histórica Urbanidad del Venezolano Carreño- las normas y rituales de la mesa, por ejemplo – ni a aquellas personas llamadas cultas por haber viajado mucho o hacer gala de muchas lecturas y, ni siquiera, por considerarlo poco operativo, al tradicional concepto eje de la antropología que la entiende como aquel conjunto de valores, símbolos, signos, rituales y creaciones, materiales y espirituales, de un colectivo humano en cada uno de los momentos de su historia. Se trata ahora de un concepto más trans-disciplinar, válido para todas las ciencias, incluidas las naturales, que han levantado la noción de cultura ecológica. Se trata, además, de un concepto más operacional y vital y experimental con el que podemos pensar el conjunto, casi infinito, de interacciones entre las gentes del común durante las 24 horas de cada día. El concepto, que significa, “valores convertidos en valoraciones prácticas”, nos permite, entonces, valorar y evaluar subjetivamente al “otro” buscando desentrañar a toda hora la importancia o no importancia, la trascendencia o no trascendencia, la belleza o la fealdad, la licitud o la ilicitud, la utilidad o la inutilidad de todo lo humano. Al fin y al cabo es en eso en lo que nos pasamos los humanos las veinticuatro horas del día.

Como se podrá observar la categoría cultura continúa aferrada al universo de los valores sociales pero convertidos ahora en valoraciones o formas de examinar y valorar subjetivamente todo lo que se nos atreviese en el camino procurando siempre encontrarle el sentido a toda interacción humana. Y cuando fijamos esos sentidos los objetivamos en representaciones o imaginarios sociales. Pero, si sólo fuese esto- la cultura como mera producción de sentidos- quizá la noción no tendría mayor importancia para las ciencias sociales. La importancia estratégica del concepto se revela cuando constatamos cómo esos discursos de representación y de imaginarios se encuentran dotados de la más enorme eficacia práctica. Poseen una enorme capacidad para determinar, primero, corrientes de opinión, segundo, actitudes específicas, o sea, predisposiciones sicológicas a actuar en determinada dirección, y tercero, conductas concretas, sobre todo en lo relacionado con las decisiones de consumo material y con el comportamiento político-electoral. En es esa línea, en las que, en polémica con el marxismo clásico, han venido argumentando algunas de las versiones del neomarxismo.
Nos hemos extendido en la fijación del concepto procurando precisar que la noción de cultura paramilitar es algo que va mucho más allá de una simple frase. Con él se invita a pensar cómo en Colombia se ha venido configurando un poder mafioso con variadas fuentes de legitimidad. Pero, adelantemos otra precisión. En Colombia el para-militarismo posee una larga historia. Veamos un solo e ilustrativo ejemplo. En la guerra civil de 1885 la relación de fuerzas militares entre radicales y conservadores jugó a favor de estos últimos cuando un general bugueño intervino, a su favor, con un ejército para-militar extraoficial conformado por reclutas de clara tradición católica y conservadora. Por lo tanto, erróneo resulta pensar que el actual presidente Uribe se haya inventado en Colombia el para-militarismo.
Este, en la actualidad, sólo está pasando por su fase más evolucionada y socialmente impactante de desenvolvimiento histórico.
Recordamos estas tesis ahora cuando, por fin, ha acaecido lo que algún día tenía que acontecer: el afloramiento a la superficie de la cotidianidad de una estructural fuerza subterránea que, desde los inicios de la década de los ochenta del anterior siglo, con el apoyo “de hecho”, aunque siempre velado, de una franja importante de la dirigencia y de la ciudadanía, empezó a socavar y carcomer a la sociedad colombiana. Ese apoyo, más implícito que explícito, se lo proporcionaron los llamados “hombres de bien”, es decir, los que siempre se han presentado y representado como los primeros y más importantes defensores de la sociedad institucional. Han olvidado que ellos, “los hombre de bien”, han sido los que en Colombia, apunta de violencias, han sido los que han construido la institucionalidad de su adorada patria.
Recalcamos, por otra parte, estas olvidadas tesis a propósito del último e importante artículo del profesor Alejo Vargas, titulado “Aprender de la Historia” http://www.elpais.com.co/historico/ene082007/OPN/opi3.html al referirse al libro de Giuseppe Carlo Marino, “Historia de la Mafia. Un poder en la Sombra”. http://www.lsf.com.ar/libros/3/846660973.html *. Destaca, entonces, el profesor Vargas la nota metodológica más importante del trabajo de Marino, vale decir, la manera como enfoca a la mafia siciliana no sólo como un fenómeno de delincuencia organizada, que también lo ha sido, si no, ante todo, como un fenómeno más complejo y de raigambre cultural. Marino analiza la mafia siciliana como un actor integrante de un sistema de poder, que detenta y reproduce y socialmente amplía valores perversos como: primero, el culto casi obsesivo por los intereses de la causa defendida, segundo, la tendencia a resolver por la fuerza y la violencia todos los problemas de un establecimiento jerarquizado en el que no obstante, su permanente conducta criminal, todo se tapa para aparecer como “hombres de bien”, tercero, la absoluta identificación de las reglas sociales, el derecho incluido, con la costumbre, cuarto, la enfática subordinación a las reglas del sentido común , quinto, el más formal homenaje al poder y a los poderosos, y sexto, la imposición de una moral de la resignación, la obediencia, la complicidad y la “omentá”.
Como para afirmar ahora que, en las tres últimas décadas, este poder mafioso del PARA-MILITARISMO EN COLOMBIA ha logrado arraigarse, en muchas regiones y subregiones y localidades del país, como un componente estructural objetivo de un sistema de poder generador de un conjunto de valoraciones sociales- es eso lo que entendemos por cultura- socialmente asimiladas por muchas personas en el municipio, en la vereda y en la familia. Es decir, que la cultura mafiosa del paramilitarismo llegó, casi como natural, a la cotidianidad de amplios sectores de la ciudadanía colombiana, sobre todo en esos espacios de la vida social. En el plano de las interacciones sociales, casi naturales, en las que operan las culturas, en muchas regiones del país un amplio sector de la ciudadanía- unos pocos por simpatía, otros muchos por necesidad política, unos terceros por considerarlo un mal menor- casi siempre en silencio desplegaron acciones discursivas y prácticas a favor del para-militarismo.
Pero, en las sociedades humanas, analíticamente una cosa son sus estructuras objetivas y otra cosa son los actores, individuales y colectivos, que las mantienen y reproducen o que, por el contrario, buscan reformarlas o transformarlas. Al margen de toda valoración moral-penalista- como de querer buscar actores buenos o malos o criminales o no criminales- es en el nivel de las conductas concretas de los actores, desde donde debemos preguntarnos por los propiciadores objetivos del para-militarismo en Colombia. Es decir, para preguntarnos sobre quiénes han sido los que en Colombia, en la realidad real y simbólica, han propiciado y alimentado UNA SOCIEDAD DE CRIMEN culturalmente aceptable y hasta justificable.
Para el autor de estos atisbos, objetiva y simbólicamente los fenómenos sociológicos centrales de la vida social continúan siendo la producción, los de la distribución social de lo producido, así como los asociados al ejercicio del poder y la autoridad. Esto no obstante, en el mundo contemporáneo un examen adecuado de estos fenómenos no puede desprenderse de la mirada desde la Cultura. Por lo tanto, el examen histórico del paramilitarismo en Colombia no puede desprenderse del papel que ha cumplido en la reproducción de una sociedad asentada sobre bases específicas de producción, de distribución, así como de ejercicio del poder y la autoridad. Piénsese lo que se piense del proyecto de las guerrillas, para muchos de nosotros un poco obsoleto; piénsese lo que se piense de la relación complicada de la izquierda insurgente con el Derecho Internacional Humanitario y con el asunto del narcotráfico; piénsese lo que se piense de la estrategia central de la política, para muchos de los izquierdistas actuales la opción no puede ser otra que la de la estrategia compleja y dificultosa de construcción de democracia radical dentro del régimen político institucional, tenemos que aceptar que en las guerrillas, llámense farianos o elenos, continúa vigente un proyecto de oposición a las actuales formas de producción, de distribución y de ejercicio del poder vigentes en la Colombia actual. Ha sido por eso por lo que, en su fase actual, el enemigo de los paramilitares no ha sido el Estado si no las guerrillas. Fue por eso, por lo que un Estado impotente militarmente se auto-privatizó para que los “privados ricos”, por su cuenta y riesgo, buscaran las formas más adecuadas para deshacerse de la cuestión guerrillera. Llegó después Uribe a la presidencia a brindarles seguridad personal, familiar y patrimonial. Con los logros relativos obtenidos en esa línea, el para-militarismo se les hizo innecesario y, sobre todo, internacionalmente incómodo. Entonces Uribe dijo que iba a negociar con ellos apelando a un recurso semánticamente tramposo, pues lo único que cabía eran unos arreglos en los que se les pagase, entre aliados, su gran logro estratégico: el haber reversado en la década de 1980 la guerra interna hacia el asunto de la soberanía interna del Estado, es decir, hacia un asunto donde éste era más precario, pues la gente común ya había empezado a darse cuenta que su estado no era estado donde decía ser estado. Fue así como el asunto de la recuperación del control socio-territorial del país se convirtió en el objetivo central, y continúa siéndolo, de la política guerrerista del gobierno de Uribe. Pero, en el camino el arreglo le resultó al gobierno más dificultoso que un simple asunto de conversar entre aliados.
En un marco así, es fácticamente fantasioso y erróneo y tramposo afirmar que la actual situación incómoda y complicada y futuralmente incierta de los jefes paramilitares detenidos en Itaguí, constituye una gran victoria de la Estrategia de Seguridad democrática.
No poseemos bases empíricas sólidas para afirmar que Alvaro Uribe Vélez sea o haya sido paramilitar. Así como la ciencia no posee pruebas para probar la existencia o la inexistencia ontológicas de los dioses celestiales, tampoco las posee para probar o improbar que Uribe, para muchos un dios terrenal, sea paramilitar. De todas maneras, sí existen muchos indicios para fundar la hipótesis de sus simpatías y tolerancias y enredos con el paramilitarismo. En general, casi con seguridad hizo parte del amplio sector de la sociedad colombiana que, por considerarlo un “mal necesario”, contribuyó a su legitimación social al asumirlo prácticamente con simpatía. De todas maneras, aunque como político formalmente no haya hecho alianzas con uno u otro de sus líderes, sin embargo, su vida como gobernante sí ha estado atravesada por relaciones tan problemáticas con el fenómeno como para que en su conciencia no entre la duda sobre la legitimidad, no hablemos sobre la legalidad santanderista, de su condición de gobernante. En lo empírico, destacamos situaciones como, primero, la puesta en acción de las CONVIVIR, organización tambaleante entre la legalidad y la ilegalidad finalmente declaradas inconstitucionales, segundo, el haber realizado con los paramilitares unos arreglos sin claros y explícitos referentes jurídicos, tercero, el promover y avalar una Ley de Justicia y Paz pro-paramilitarista, y cuarto, el permanecer inconmovible y sereno en su cargo de presidente cuando, en una elevada proporción, de por lo menos tres docenas de congresistas por la Fiscalia del 2007 abiertamente acusados de distintas formas de relación con los paras, su elección y reelección corrió a cargo de líderes paramilitares en la actualidad prisioneros.
Una sola advertencia final, LA TENDENCIA A UNIVERSALIZAR , POR LA VÍA DE SU LEGITIMACIÓN, LA RESPONSABILIDAD POR LOS APOYOS OBJETIVOS AL ACUNAMIENTO Y EVOLUCIÓN DE ESE MOSTRUO, NO PUEDE VELAR, AL MARGEN DE SUS RESPOSABILIDADES MORALES Y PENALES, A LOS ACTORES CONCRETOS QUE OBJETIVAMENTE, EN LO ECONÓMICO Y EN POLÍTICO, LOS HAN PATROCINADO.
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4.- "CIEN AÑOS DE SOLEDAD" (1.967) . 40 AÑOS ...
La primera carátula del libro
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Proyecto Cien Años de Soledad al aguafuerte
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5.- SARAMAGO NOS CUENTA SU INFANCIA ...
José Saramago

"Si pudiera revivir lo que narro en "Las pequeñas memorias", lo repetiría todo exactamente igual, lo bonito y lo feo, lo terrible y lo feliz"
EL CULTURAL, España, Miércoles, Enero 17, 2.007
Texto completo: http://www.elcultural.es/HTML/20070118/Letras/Letras19545.asp
http://www.elcultural.es/Avance/20070118/Letras/img/19545_1.jpg José Saramago. Foto: Cotera
José Saramago (1922) llevaba enredado más de veinte años en el proyecto, pero al fin,tirando del ovillo de los recuerdos, se ha decidido a narrar su infancia en Las pequeñas memorias (Alfaguara), que ven la luz el próximo miércoles. De la mano del niño que fue, y que correteaba a orillas del Almonda y del Tajo, entre olivos que ya no existen gracias a las subvenciones de la UE, el Nobel recuerda cómo dió nombre a su padre. Su inocencia. La miseria cotidiana. Cómo descubrió la cuadratura del círculo. La violencia. Y sus primeros escarceos amorosos.
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Aliviado y feliz, reconoce que es uno de los libros de su vida, y que ha hecho caso a la cita que abre el libro, extraída del imaginario Libro de los Consejos: “Déjate guiar por el niño que fuiste”. Y ha valido la pena.

– Siempre había querido escribir este libro, pero cada vez que me proponía avanzar en él se me aparecía la idea de una novela, y lo iba postergando. Lo que pasa es que el niño que fui siempre ha estado muy vivo en mi recuerdo.

–Sin embargo, el libro termina cuando usted tiene quince años y estudia mecánica en la escuela Afonso Domingues, es decir, cuando aún no sabía que sería escritor, y no podía estar guardando notas...

–Claro, entonces no podía saber que acabaría siendo escritor, aunque la verdad es que nunca sentí preocupación por el éxito o el triunfo. Y sí, cuando comencé a escribirlo no lo tenía todo, pero hubo un fenómeno: descubrí que recordaba muchos episodios que creía olvidados y que resurgían ante mis ojos.

Las tentaciones de Zezito

–¿Por qué cambió el título que pensaba dar a sus recuerdos, El libro de las tentaciones, por el de Las pequeñas memorias?

–Porque me di cuenta de que, aunque el mundo se presentaba ante los ojos del niño como una gran tentación, de qué tentaciones iba a hablar si sólo tenía dos, cuatro, quince años.... No sabía que hacer con ese título. Y se me presentó este otro, Las pequeñas memorias, mucho mejor y más fiel, sin la solemnidad ni la pretenciosidad del otro, porque es eso, las pequeñas historias de cuando fui pequeño. En ellas no hay imaginación, ni diálogos literarios, todo ocurrió como lo cuento, porque no quería hacer literatura (entendida como creación) con mis memorias. Y sí, éste es un pequeño libro, de 180 páginas. Con todo lo que recuerdo podría haber escrito una novela de 400, pero quería contar lo esencial. Y creo que lo he logrado.

–¿Qué le debe el Nobel Saramago al niño Zezito, a sus abuelos jerónimo y Josefa, a su infancia de miserias y privaciones?

–Uff... le voy a contar algo que no sabe casi nadie. Hace dos semanas me telefoneó desde el pueblo una prima mía algo más joven que yo, de unos 80 años, para decirme que la cama de mis abuelos, Jerónimo y Josefa, la que compraron cuando se casaron a comienzos del siglo XIX, existía todavía. Y me ha causado una emoción tremenda, es como si el tiempo hubiese dado marcha atrás, y yo estuviera de nuevo allí, en Azinhaga, porque yo dormí a veces en esa misma cama, en la que, en invierno, mis abuelos dormían con los lechoncitos recién paridos más débiles para que sobrevivieran. Es como una especie de puzzle y ahora ha aparecido una pieza que faltaba. Puede parecer muy infantil, pero es muy emocionante. Verá, no sé qué ha significado la infancia para otras personas, pero si yo pudiera revivirlo todo otra vez, exactamente igual, en lo hermoso y en lo feo, en lo feliz y lo desdichado, lo repetiría todo exactamente igual de nuevo, incluso los momentos más terribles.

–¿No se sorprenderán los lectores con este Saramago tan en primera persona?

–Sí, es una escritura totalmente nueva para mis lectores, acostumbrados a la casi total ausencia de datos autobiográficos en mis novelas. Hay alguna en la que aparece algo de mi infancia, como Manual de pintura, pero creo que sí, que será una sorpresa. Espero que agradable.

“Me gusta mucho ser lo que he sido”

–A pesar de no querer que la creación se filtrara por sus recuerdos, algunos pasajes del libro remiten a sus novelas (especialmente Todos los nombres y Manual de Pintura) ¿Es una nueva lectura sobre su obra, quizá la manera de aclararlo todo?

–Quizá sí...Verá, hace unos días recibí una carta de un amigo, profesor de la Universidad de Massachusetts, que me decía, tras leer las pruebas de este libro, que había comprendido mejor Todos los nombres. Yo no lo había pensado antes pero tal vez pueda ayudar a entender mejor a la persona que lo ha escrito y los temas tratados en mis libros.

–El Saramago adolescente estaba lleno de dudas y certezas... ¿las reconoce el Saramago octogenario?

–Bueno, me siento de alguna manera heredero directo de ese niño que fui. Hoy me siento llevado de la mano por aquel niño. Somos dos, el adulto, con el Nobel y todo eso, y el niño que no sabía nada de nada, pero que era yo, que soy yo, y vamos los dos, y es una sensación muy reconfortante, no por vanidad ni por presunción, sino porque soy lo que he sido, y me gusta mucho serlo.

TEXTO COMPLETO http://www.elcultural.es/HTML/20070118/Letras/Letras19545.asp
Nuria AZANCOT
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6.- ", ... él creía que como policía podía cambiar el mundo, ..."
Desde que me acuerdo él siempre quiso ser policía y por más que le decíamos que era muy peligroso no le importaba. Cuando por fin lo aceptaron, se puso muy feliz”, cuenta Martha, una de las cinco hermanas mayores del patrullero.

“Se le escuchaba feliz, era su sueño, él creía que como policía podía cambiar el mundo, pero eso no es así, no es cuestión de una persona, sino de unión. El domingo nos llamaron y nos dijeron que estaba muerto, que había caído en un enfrentamiento”, expresó entre lágrimas Martha.
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Tomado de: “Quería cambiar el mundo como policía”
EL PAIS, Enero 16 de 2007 http://www.elpais.com.co/historico/ene162007/NAL/poli.html (texto completo)
http://www.elpais.com.co/historico/ene162007/fotos-periodico2/cola416n2ene,photo01.JPG

Ayer fue velado en la Funeraria Jardines del Recuerdo el cuerpo del patrullero Héctor Fabio Rojas Herrera, uno de los patrulleros muertos por las Farc en el Putumayo, será sepultado hoy en Cali. El sueño de ser policía lo llevó a sacrificar muchas cosas, incluso, su vida.